Son las seis y cuarto de la tarde del jueves. El último
autobús de la Línea 8 se interna en la Barriada Príncipe
Alfonso. Ha pasado una semana desde las pedradas que
hicieron saltar las alarmas y le abrieron la cabeza a un
conductor y todo parece volver a la normalidad. Poco a poco,
eso sí.
Un equipo de Antena 3 Noticias graba el paso del autobús.
Los pasajeros bajan la cabeza y miran a los periodistas de
reojo. La noticia aderezará esta noche los informativos. El
conductor respira hondo y el autobús resopla apurando el
repecho que le separa de la entrada de la barriada.
Nada existe hasta que no aparece en televisión y corren ríos
de tinta. No es, ni mucho menos, la primera vez que los
chavales del barrio, inconscientes e incontrolados, reciben
con pedradas a la Línea 8, pero los ataques del pasado
viernes, horas antes de la manifestación ‘Por la tolerancia
y contra el racismo’ han puesto a la Línea 8 bajo los focos.
Viernes de tensión
Pero comencemos desde el principio: dos conductores que
cubrían la ruta de Príncipe Alfonso resultaron heridos por
pedradas antes y después de la manifestación. La vida
cotidiana de la Línea 8 daba un volantazo y todo se
complicaba. El servicio quedó suspendido durante el fin de
semana y 16.000 vecinos de la popular barriada se quedaron
sin medio de transporte. El lunes, los autobuses de Hadú-Almadraba
volvían a la carretera escoltados y blindados con una reja
que salvaguarda , hasta cierto punto, al conductor. Esa
misma noche otro chófer es agredido, esta vez dentro del
vehículo y en la Línea 7, la que llega hasta la frontera.
Definitivamente la tensión es ya un pasajero más del
autobús.
A la mañana siguiente el miedo y el desánimo son evidentes
entre los conductores. “Gracias a Dios es la última vez que
hago la ruta”, confiesa Antonio, chófer con toda una vida
tras el volante. El mal trago de cubrir turno de la Línea 8
se reparte por quincenas y el convenio exime a los
conductores mayores de 60 años. Él los cumple en unos días y
esta es su última vuelta al Príncipe. El zeta de la Policía
Nacional que escolta al autobús aparece a nuestra espalda,
la emisora del autobús crepita: “Cuando pase el Ford fiesta
blanco, vía libre”. Las carreteras son demasiado estrechas
para un autobús. Además de, dicen, peligrosa, la ruta es
complicada.
Cinco mil usuarios al día
Es martes a mediodía, apenas unas horas después de que la
agresión al chófer de la Línea 7. Un suave aroma a pachuli
flota en el aire. El autobús circula hacia la barriada del
Príncipe repleto de pasajeros, en su mayoría mujeres. No
parece esta una ruta muy peligrosa, pero lo es. “Siempre
sucede en la misma zona, en la rotonda de arriba, antes de
entrar en el Príncipe”, explica Antonio que confiesa sentir
miedo y pena -”menos mal que es la última vez que hago este
turno”- aunque la escolta policial y la reja de seguridad
algo ayudan a recuperar la tranquilidad, “aunque esta mañana
casi nos roban la reja, para cuando me di cuenta ya habían
soltado los pasadores”, relata Antonio, curado de espantos.
Y la reja tampoco parece servir para mucho, protege, en
cierta medida, pero deja a la intemperie otras catorce
ventanas. “Yo ni quito ni pongo, pero al menos nos protege
algo, que si me dan una pedrada y me dejan inconsciente nos
vamos todos, pasajeros y conductor, moros y cristianos, al
arroyo Quemadero”, explica gráficamente Antonio.
Al entrar en el barrio sube al vehículo uno de los agentes
de las Brigadas de Educación Cívica Príncipe Alfonso. “Sin
ellos sería imposible circular por aquí”, razona el
conductor. Así es, sin su ayuda sería materialmente
imposible. Las calles son estrechas callejuelas de dos
direcciones por las que apenas caben dos turismos por lo que
la colaboración de los auxiliares de educación cívica es
imprescindible. Ellos se encargan de dar paso al autobús de
la Línea 8 que, curiosamente, sube la calle San Daniel con
las puertas abiertas, con paradas discrecionales, para que
la gente mayor que sube andando pueda hacerlo en autobús en
cualquier tramo del trayecto. “Esto no lo hace ningún
autobús de España”, dice Karim, uno de los nueve agentes de
educación cívica que trabajan en la ruta entre la Plaza de
la Constitución y la Barriada del Príncipe y uno de los
pocos a quienes no importa revelar su nombre.
“Somos los que apagamos los fuegos, los que hacemos el
trabajo que no quiere nadie y ni siquiera nos lo agradecen”,
explica otro de los auxiliares -que prefiere guardar su
anonimato-, contratados por la Consejería de Bienestar y
Sanidad Social, “cobrando una miseria y pagándonos nosotros
mismos autónomos”, señala el agente de Príncipe Alfonso.
Tan sólo unos niños
“No es tan fiero el león como lo pintan”, considera uno de
los miembros de la Brigada de Educación Cívica. “Son sólo
cuatro chavales inconscientes y maleducados, no se puede
criminalizar a una barriada entera, aquí vive mucha buena
gente y me duele especialmente por esas mujeres de más de
ochenta años, gente anciana y respetable. Sufro viéndola
subir andando hasta su casa porque el último autobús que
sube a su barrio es a las seis de la tarde”, se indigna el
auxiliar de la barriada. El conductor del autobús asiente.
“Aquí vive gente estupenda y pagan todos por cuatro
indeseables inconscientes”.
Una hora después volvemos a la Plaza Constitución.
Afortunadamente ha sido un viaje tranquilo.
Una semana después
Es jueves, son las seis y cuarto de la tarde. El último
autobús parte hacia el Príncipe desde la parada del Mercado
Central. Es el primer día sin escolta policial. Al menos
aparentemente. No era necesario un gran ejercicio de agudeza
visual para identificar al agente de paisano. Aún así, el
otro no musulmán que viaja en el autobús, además del arriba
firmante, susurra: “No es verdad que no haya seguridad. Soy
Policía Nacional”. La radio del autobús chisporrotea: “Todo
tranquilo. Un zeta está vigilando arriba, donde los
jubilados”. El conductor prefiere no hablar más, está “harto
de tanta polémica”. “Esto ha pasado siempre. También en el
Morro, Almadraba, Juan Carlos I... pero es el Príncipe quien
paga la mala fama”, se lamenta una pasajera, de las pocas
que se atreven a dar su opinión abiertamente. “Y por si
fuera poco nos dejan sin autobús”. Cada día, cinco mil
personas, de las más de 16.000 que viven en Príncipe
Alfonso, utilizan la Línea 8, una de las más frecuentadas y
de las más rentables.
“Cuatro gamberos descerebrados, inconscientes de peligro que
provocan, tiran cuatro piedras y se montó el problema,
perfecto para que otros lo utilicen en su beneficio
político”, dice esta vecina de la barriada que prefiere no
dar su nombre. “Al final siempre pagamos los mismos”. Desde
la Delegación de Gobierno y desde el Ejecutivo de Vivas
tranquilizan a los vecinos de la barriada: “La empresa tiene
que cumplir su servicio; el Príncipe es un barrio más y
están establecidos unos autobuses que prestan un servicio y
deben seguir funcionando con normalidad”, afirmó Jerónimo
Nieto, delegado del Gobierno en Ceuta, en la misma línea que
la portavoz del Gobierno autónomo, Elena Sánchez, que
garantizó la continuidad y calidad del servicio.
Son las siete menos cuarto pasadas. La Línea 8 retorna al
punto inicial de la ruta. El siguiente autobús se quedará en
la rotonda y no se adentrará en la barriada. Ya no hay ni
rastro del equipo de Antena 3 Noticias. Un grupo de chavales
mira con indolencia pasar a la Línea 8. El conductor mira de
reojo. Ha sido un día tranquilo. O eso parece.
|