Aquellos bachilleres elementales “nocturnos”, con su
Reválida conseguida, optamos, la mayoría, en particular, los
más “veteranos” por iniciar los Estudios de Magisterio. Se
nos presentaba una nueva oportunidad que no quisimos
desaprovechar: estos estudios se realizaban en régimen
nocturno, lo cual nos favorecían por nuestra condición de
trabajadores. El horario era desde las seis de la tarde
hasta las diez de la noche, que finalizaba las distintas
sesiones del día. Incluía el sábado, con el mismo horario,
como día lectivo.
En estos años, el Magisterio en Ceuta, en particular para el
grupo de varones, pasaba por una acusada crisis de
vocaciones. Pero emergió la figura de D. Jaime Rigual para
realizar las gestiones necesarias y conseguir que las clases
fuesen nocturnas. Para tal efecto, consiguió con el apoyo de
los centros de trabajo, que con ese horario y la
flexibilidad de las empresas, reunir los alumnos necesarios
para formar los consiguientes grupos e impartir las
enseñanzas contempladas en el Plan de Estudio del momento.
Los que nos acogimos al régimen nocturno de Magisterio
agradecimos a D. Jaime el haber establecido y potenciado la
carrera de Maestros con la citada fórmula.
El Plan de 1950 fue el que nos correspondió para iniciar
nuestra andadura en el Magisterio. Contemplaba el citado
Plan una prueba de Ingreso, tres cursos y una Reválida. Lo
empezamos en el curso 1962-63, en el antiguo edificio de la
Marina, en la calle Calvo Sotelo, 92. Los restantes cursos
los continuamos en el nuevo Centro del Morro.
La Escuela Normal del Magisterio Primario “Andrés Manjón”,
en el curso 47-48, tenía como director a D. Gregorio
Landaluce, profesor de Religión; Dª. Pura Chamorro, Dª.
Juana Campoy, Dª. María Cazalla, Dª. Constanza Velasco, D.
Feliciano Luna, D. Manuel Gordillo, D. Jaime Rigual, entre
otros. El horario de clases era de 9 a 13 para los varones y
de 15 a 19 para señoritas. El plan no incluía la prueba de
Reválida. (Como se observa la enseñanza era diferenciada).
En el viejo edificio se producían con mucha frecuencia los
apagones de luces; unas veces por la inclemencia del tiempo
y otras de forma provocada. En una ocasión –se produciría en
varias- el profesor de Religión, el P. San Martín, tenía
previsto la realización de un examen. Como quiera que esas
convocatorias no eran del agrado del alumnado, se recurría a
su suspensión produciendo el consiguiente apagón. Pero el
profesor no estaba dispuesto a suspender la prueba y,
provisto de velas, una para cada alumno, tuvimos que
realizarla. No ocurría lo mismo cuando se trataba de
producir el apagón por motivos televisivos, en la época
gloriosa del R. Madrid, en su peregrinar por la Copa de
Europa. Con toda seguridad que algunos profesores también lo
deseaban.
Ubicados ya en el nuevo Centro, compartidos con las Anejas,
que tuvimos el honor de inaugurar, las cosas fueron de otra
manera, aunque el edificio, no bien construido, con las
primeras lluvias, mostró sus deficiencias con humedades y
goteras. Pero disponíamos de aulas más espaciosas, con
nuevas instalaciones, biblioteca, laboratorio, salón de
actos.
Contaba el grupo de varones con un conserje muy peculiar: El
Sr. Gervasio, hombre muy agradable, simpático, servicial…
que, en un momento muy deseado de las clases, nos alegraba
con su forma especial de comunicarnos que la sesión había
finalizado. Personalmente anunciaba su presencia con “Sr.
Profesor, la hora”, una técnica particular, posiblemente
porque no le gustaría tocar el timbre. En una ocasión,
después de anunciar la finalización de la clase, nos
trasmitió una desagradable noticia: ¡Ha muerto Kennedy!. (El
Presidente de los Estados Unidos había sido asesinado,
22-11-1963).
Pero poco duró la alegría en casa del pobre. L a presencia
de un nuevo profesor de Pedagogía vino a romper las
ilusiones de todos. De pronto aparecieron más suspenso de lo
normal, y se notaba que no estaba de acuerdo con el horario
establecido en el Centro, y veíamos venir que todos los
esfuerzos realizados pro D. Jaime se irían de “paseo”,
pretendiendo que no se llevara a cabo la enseñanza
diferenciada. Consideraría que era demasiado trabajar por la
mañana (alumnas) y por la tarde (alumnos) o que ya había
llegado el momento de la coeducación.
Pero lo peor estaba por llegar. Nos habíamos plantado en la
Reválida. Recuerdo que era un día muy caluroso. Primeros
días de Junio de 1.965. La prueba estaba formada de tres
ejercicios, siendo el último, el práctico. Por la mañana
realizamos los dos primeros, quedando para la tarde el de la
valoración de nuestra experiencia. Un día muy agotador. En
general, los temas estaban relacionados con las matemáticas
y Ciencias Naturales. Una vez incorporados al centro para
realizar el examen, previa elección del tema, disponíamos de
unos minutos para seleccionar el material de apoyo. Algunos
bajaron y recogieron plantas. Se recurrió a unos niños que
jugaban en la calle, los cuales aceptaron y hacia ellos iban
dirigidas las prácticas. Mientras actuaba un compañero, el
resto, si lo deseaba, también podía permanecer en el aula.
Finalizada la prueba, cada uno hacía sus valoraciones,
teniendo en cuenta que a algunos no nos dejaron terminar. La
“tragedia” se estaba “fraguando”.
D. Jaime Rigual, muy apesadumbrado, nos reunió para
manifestarnos que lamentaba mucho tener que suspender a
todos los alumnos. Bueno a todos, no. Sólo se “salvo” uno
que venía de Tetuán, y no por haberlo hecho mejor que los
demás, sino para no hacerlo volver en Septiembre. ¿Por qué
se produjo esa escabechina? Pues, sencillamente porque el
Sr. Profesor de Pedagogía, recientemente incorporado, como
Presidente del Tribunal de las alumnas había suspendido a
todas.
El bueno de D. Jaime nos daba ánimos y nos dijo que todos
habíamos superado los dos primeros ejercicios, pero el
práctico quedaría para Septiembre, y que no nos
preocupáramos que tendrían en cuenta la circunstancia
ocurrida. Felizmente todos aprobamos, poniéndose fin a la
Promoción 1962-65.
Fuimos unos privilegiados; en primer lugar, al beneficiarnos
del horario establecido, y en segundo lugar por la calidad
de los profesores que impartían la docencia. En primer
lugar, D. Jaime Rigual, sin olvidarnos de Dª. Maria Data, D.
Jesús González, Dª. Pilar Reigada, Dª. Margarita R. Velasco.
D. Miguel Villanueva, D. Antonio Roldán, D. Juan Díaz, D.
Teófilo Escribano, D. José de San Martín, proferor de
Religión y que ejerció como Director.
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