Cuando aún permanece la resaca de todo lo acontecido en los
últimos días, se impone que las autoridades comiencen a
trabajar para lograr acuerdos que fomenten las relaciones y
para que se construyan diques capaces de soportar cualquier
salida de tono que ponga en peligro la convivencia. Es el
único camino que les queda a los políticos, después de lo
ocurrido el viernes pasado. Por más que en el empeño deban
todas las partes hacer de tripas corazón y dejar a un lado
no sólo el orgullo herido, sino también los intereses
partidistas.
De no ser así, es decir, de seguir insistiendo la oposición
en que el presidente de la Ciudad debe dimitir -menudo
absurdo-, o culpándole de los hechos por no haber actuado
con acierto y diligencia –menuda sorpresa nos llevaríamos
todos si acaso se indagara sobre las personas que avivaron
el fuego de la discordia-, la herida nunca cicatrizará y
estaremos siempre expuestos a un nuevo brote de violencia.
Yo entiendo que los partidos opositores hayan visto llegado
el momento de bajarle los humos a un Vivas que, salvo
hecatombe inesperada, volverá a ganar las elecciones con
suficiencia. Pues están en su perfecto derecho de atacar los
puntos débiles del presidente, que los tiene, a fin de que
se vaya desgastando algo. Mas nunca al precio de incitar a
la división entre comunidades. Ahora bien, tampoco el
presidente debe olvidar lo que le dijimos hace días: no
hacer nada para no errar, es ya un error.
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