Ser del Madrid, Barcelona, Betis,
Atlético de Madrid, etc, supone una pertenencia que forma
parte, entre otras muchas, con más o menos valor, de nuestra
personalidad. De ahí que la derrota del equipo de nuestros
amores, nos deje siempre un regusto amargo y hasta puede
condicionar negativamente el modo con el cual afrontemos la
tarea diaria. En cambio, las victorias estimulan y
predisponen a ver las cosas con la misma claridad que nos
ofrece, por ejemplo, un sol de la primavera ceutí. Y es que
el éxito o el fracaso de nuestras pertenencias, de cualquier
tipo, afectan para bien o para mal en la misma medida que
influyen en nuestro ánimo las buenas o malas condiciones
atmosféricas. Válgame, pues, la anécdota que paso a
contarles, para darle algo de consistencia a lo expuesto.
Hace ya muchísimos años, cuando yo todavía me quedaba
embobado escuchando atentamente a quienes sabían de lo que
hablaban y hasta solían decirlo muy bien, tuve la
oportunidad de ponerme al tanto de lo que pensaban los
representantes, o agentes comerciales, acerca de las
precauciones que tomaban en las siguientes situaciones.
Extraídas, claro está, de la práctica y del conocimiento que
tenían de sus clientes.
Si soplaba el viento de levante, con la fuerza que en la
bahía gaditana suele hacerlo y cuando aún no existían
edificios tan altos como para aminorar la endiablada malage
de eolo, estaba demostrado que los comerciantes recibían la
llegada de los vendedores con mal talante y hasta se
mostraban reacios a intercambiar dos palabras.
Así, en cuanto el representante ponía los pies en el umbral
de la puerta del comercio, era avisado de manera
contundente: “Ya puede marcharse por donde ha venido”. “O no
necesitamos nada suyo. Tenemos de todo”. Señal inequívoca de
que al propietario de la tienda lo que más le apetecía era
descargar su malhumor con las personas que, por motivos
comerciales, se veían obligadas a soportar sus salidas de
tono y mala educación. Personas que debían hacer de tripas
corazón y poner buena cara al mal tiempo que reinaba en los
interiores del tendero. Y ya no digamos nada, decían
aquellos viajantes metidos a psicólogos, si al soplar
huracanado del viento se le sumaba la derrota, esa semana,
del equipo al cual pertenecía el comprador. Entonces,
visitarlo era exponerse a oír lo siguiente: “No estoy en
condiciones de hablar de nada...”.
Solución: muchos viajantes decidieron suprimir esas visitas
cuando hacía levante o cuando el equipo del gachó de turno
había sucumbido en la batalla del domingo. Una postura
inteligente y que les permitía, además, no cometer ninguna
imprudencia que diera al traste con las relaciones
comerciales.
El miércoles, recién finalizado el partido del Madrid frente
al Arsenal, lo primero que se me vino a la memoria es lo mal
que lo deben estar pasando los agentes comerciales, en los
últimos tiempos. Sobre todo a la hora de visitar a los
compradores que tengan al Madrid como pertenencia destacada.
Y no les rindo las ganancias a partir de ahora, puesto que
acabada la última esperanza en Londres, los seguidores
madridistas estarán siempre predispuestos a la bronca por
mor de esa herida que les produce ver a su equipo, símbolo
apasionado al que viven entregados, dando tumbos .
¡Qué horror!... ¿Cómo es posible que en el Madrid hayan
venido ocurriendo las cosas que hemos ido sabiendo y viendo?
Y aunque sólo se trate de un juego es, sin duda, un juego
que condiciona la forma de ser de muchas personas que han
perdido la fe en la política, en la religión, y hasta en la
forma de convivir, y han abrazado la religión de pertenecer
al Madrid. En esta hora, sufren los agentes comerciales y,
cómo no, sufrimos innumerables madridistas.
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