Si de algo nos enorgullecemos
desde este medio es de nuestra condición de ceutí. No nos
duele en prendas gritar a los cuatro vientos nuestra
condición de ceutíes. Y nos jactamos de vivir intensamente
todas y cada una de nuestras costumbres. Diversidad
enriquecedora de una población, la ceutí, distinta a ninguna
otra.
La convivencia y coexistencia de cuatro confesiones
religiosas que proporcionan tradiciones tan distintas en un
territorio de tan escasas dimensiones es, sin duda alguna,
ejemplar para el resto de nuestro país, para Europa y para
el mundo.
De una Ceuta que ha evolucionado y crecido con todos no
puede decirse que es racista, que es xenófoba, que no reina
la convivencia.
Establecer un movimiento desde parámetros originarios falsos
no es prudente, no es válido y sólo queda determinado por el
interés muy partidista de quienes ven una posibilidad de
aunar voluntades partidendo, como decimos, de una base
artificialmente falseada y de la que se ha querido encontrar
cierto aprovechamiento político.
En el juego político no todo debe ser válido. La coherencia
-en el entorno donde nos movemos, con un mundo cada día más
soliviantado por causas que todos conocemos-, debe ser un
modelo diario de actitud responsable para con esta tierra.
No debe ser la demagogia, al albur de lo que
desgraciadamente vemos cada día en los telediarios, el uso
común de nuestros representantes.
Claro que estamos siempre de acuerdo en un slogan del tipo
‘Por la convivencia y contra el racismo’, pero lo
proclamamos para Afganistán, Chechenia, Kurdistán,
Palestina, Marruecos... en su momento lo proclamamos para
los Balcanes o para cualquier lugar del mundo donde se
padezca y se sufra el racismo.
Pero ¿para Ceuta?...
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