El corporativismo es una actitud
defensiva, medievalista y venida a menos, pero de la que
siguen aprovechándose muchos gremios para encubrir
negligencias y corrupciones que se produzcan entre sus
miembros. Ese hoy por ti, y mañana por mí es un lema que
expresa claramente que el sistema corporativista es una
barrera en la cual se pueden cobijar personas que hayan
cometido infracciones graves o se hayan extralimitados en
sus funciones.
Hartos estamos, por ejemplo, de ver películas donde los
policías, sobre todo estadounidenses, se odian a muerte pero
que ante un desliz de un compañero anteponen el derecho a
defenderlo por más que en el empeño arruinen la vida y los
derechos de la víctimas. Y pobre de quien no asuma la orden
de defender el juramento corporativo. Pues no sólo entrará a
formar parte de una lista de apestados, sino que estará
expuesto a que le endosen un sambenito de mucho cuidado.
Cierto que en las películas siempre terminan imponiéndose la
razón y la verdad por medio del arrepentimiento de un
funcionario, que, atormentada su conciencia por defender lo
indefendible, sale largando y redime al Cuerpo de esa
miseria que es dar la razón a un miserable, por el mero
hecho de vestir el mismo uniforme.
También nos ofrece Hollywood series referentes a la
actividad de los hospitales en la que los médicos, ante
cualquier imprudencia que suele costar la vida a un paciente
o dejarlo lisiado para el resto de su vida, no dudan en
meterse en el burladero corporativista, sabiendo que cuentan
con la mayoría de sus colegas para intentar escabullirse de
la cornada del morlaco que él ha dado vida con su error.
En este caso, tampoco se privan los guionistas de destacar
al profesional que desoyendo los consejos de todo el cuadro
médico, denuncia y testifica que su colega se distrajo en el
quirófano y dejó el estómago del operado relleno de gasas y
con unas tijeras aposentadas entre sus paredes. Y es que los
americanos, tan Wasp ellos (blanco anglo-sajón,
protestantes), no pierden el tiempo a la hora de hacernos
creer que allí prevalece el bien por encima del mal. Porque
las películas, con finales realistas, gustan muy poco a las
gentes.
En el periodismo, los hay que tratan de que las redacciones
sigan siendo un reducto de ese trasnochado sistema en el
cual cupiera siempre la defensa a ultranza de quienes son
corruptos o a la hora de escribir no calculan el riesgo y
luego pasa lo que pasa. Si bien, en el segundo caso, habría
que mirar hacia arriba y no distraerse solamente en el
profesional que firmó el artículo. Porque todo medio cuenta
con la atención permanente de un editor que sabe a qué juega
y, sobre todo, es consciente de lo que puede ganar o perder
en el envite diario de contar cosas. Y sé de lo que estoy
hablando. Pues no en vano, me he pasado más de tres lustros
en las redacciones y muy cerca de los editores. Algo que me
ha dado la posibilidad de conocer sus reacciones,
ambiciones, defectos, virtudes... Y por supuesto los he
conocido que nunca dudaron de pedir ayuda a los
profesionales y, sin embargo, luego dejaron a éstos en la
estacada. O sea: solos ante el problema que les había
acarreado la defensa personal del sujeto y de su empresa.
Así, bien harían los jóvenes periodistas que llegan a Ceuta
para abrirse camino en una profesión compleja, peligrosa y
mal remunerada, en aprovechar el tiempo en un oficio que
exige práctica y creatividad a partes iguales. Que es a fin
de cuentas lo que más debe interesarles. Ello y, desde
luego, no atentar contra la línea editorial del medio ni
andar presumiendo de un corporativismo trasnochado en una
ciudad que desconocen en todos los sentidos. Atiendan el
consejo.
|