Paseo con Andrés Domínguez,
buscando una tienda de deportes para hacer unas compras y
nos hallamos con un conocido de religión musulmana con quien
suelo yo hablar muy a menudo. Y sale a relucir, como no
podía ser de otra manera, el asunto que tiene a muchos
ciudadanos en ascuas. Y en vista de que nuestro conocimiento
data de antiguo, va y me dice sin ningún tipo de ambages:
-En esta ocasión, el metijón se ha amparado en Casillas para
evitar el tener que opinar sobre lo ocurrido en el teatro
del Instituto Siete Colinas.
Trato de hacerle ver que no lleva razón en su queja. Y le
explico que detrás de la columna dedicada al metijón, fueron
llegando otras donde opiné sobre un hecho que ha puesto en
evidencia la debilidad de los cimientos en los que debe
apoyarse una buena convivencia entre culturas que nos es tan
necesaria como el aire que respiramos. Y, sobre todo, no me
he cansado de pedir que impere el sentido común en todas las
declaraciones.
Su respuesta no se hizo esperar: “La verdad es que yo no he
podido leer lo que escribiste el fin de semana”.
De cualquier manera, debo decirte que jamás leerás nada de
mí que incite al odio entre comunidades. Por razones claras:
no hay nada peor que una comunidad, profese la religión que
profese, que sintiéndose heridos sus miembros, sean
enardecidos por cabecillas, airados o calculadores, o bien
por líderes convencidos de que están obligados a defenderlos
de su honor mancillado. Sobran, pues, las declaraciones
altisonantes y se imponen las reflexiones serenas y las
disculpas consiguientes.
Nos saludamos y nos despedimos hasta otra ocasión donde
seguramente volveremos a pegar la hebra aunque sea sobre
Casillas. Que siempre será mejor, sin ningún género de duda,
que hacerlo por motivos de enfrentamientos entre
comunidades.
Una hora más tarde, de un lunes en el cual todavía sigue
soplando un viento que le sienta a mis articulaciones peor
que a Juan Vivas las declaraciones de algunos dirigentes de
su partido, me invita a subir a su coche alguien del PP que
tiene mucha fuerza en su seno. Y otra vez, durante el
recorrido hasta mi casa, surge la conversación acerca de los
problemas que están acarreando las dichosas letras.
Lo primero que me dice, el militante popular, es que tiene
la completa seguridad de que Juan Vivas saldrá reforzado de
esta crisis. Mi contestación es la siguiente: más le vale;
ya que su obligación como gobernante es procurar por todos
los medios que la llama de la discordia no sea avivada con
gasolina.
-¿Tú crees que al presidente le ha faltado información sobre
los problemas que podrían generar las letras ya tan
manoseadas?
-Yo sé lo que sé; pero en esta ciudad existen normas no
escritas que deben ser respetadas. Así, permíteme decirte
que a las imprudencias que se han cometido no es conveniente
que se le vayan sumando otras.
-¿Me estás diciendo que lo que debe hacer el presidente es
no hacer nada para no equivocarse?
-En absoluto. No hacer nada para no errar es ya un error
grande.
-Por cierto, cuando has venido diciendo, en los últimos
días, que el estudio realizado por el CIS había generado
mucha envidia contra Juan Vivas, a qué te referías
concretamente.
-A eso... Es decir, a que los enemigos de Vivas, atiborrados
de envidia y repletos de gérmenes tóxicos, estaban ya
esperando la ocasión para bajarlo de las nubes del éxito y
ponerlo a ras de una realidad muy desagradable.
-¿Por qué no das nombres?
-Por prudencia. Y porque un tipo tan inteligente como Vivas,
y con tan buenos asesores, no necesita consejos de nadie.
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