El protagonista de esta “vivencia” era un alumno muy
aceptado por el grupo. Destacaba sobre los demás por su
agrado y simpatía. Divertido, bromista, ocurrente, en suma,
con gran sentido del humor. Pese a su interés por los
estudios, no destacaba de manera sobresaliente, aunque lo
intentaba. Sumamente disciplinado, aceptaba la autoridad de
los docentes. Otra de sus virtudes era la colaboración
voluntaria con el grupo, aportando sus ideas.
Pero, nuestro alumno donde mejor se movía era en el deporte.
Su pasión era el fútbol. Siempre estaba presente en los
improvisados encuentros que se realizaban durante el recreo,
siendo “líder” de uno de los dos equipos. Manejaba con mucha
habilidad su pierna izquierda. Por supuesto que su presencia
era obligada en la composición del equipo del Colegio,
dentro de su categoría, para las competiciones oficiales
(Juegos Escolares).
En estos tiempos, de manera distendida, dialogando con los
alumnos, realizamos sondeos sobre sus vocaciones. No se
aplicaban cuestionarios. Solamente les preguntábamos “¿qué
te gustaría ser de mayor?”. Las respuestas que se obtenían
no eran, como se podía pensar, nada significativas, ya que
el “Grado de desarrollo” de la madurez vocacional, dependía
de muchos factores. La decisión estaba supeditada al
ambiente que el niño respiraba en su casa ˆprofesión del
padre-, las capacidades del alumno -rendimiento escolar-,
situación económica y, por supuesto, la autoestima.
A nuestro simpático alumno, cuando le consulté, sin dudarlo
un solo momento, me contestó que quería ser marinero. En
principio no entendí muy bien lo que quiso decir. Yo pensé
que iba en el camino de ser un buen marino mercante, o bien,
un marino militar, sirviendo en la Armada. Me aclaró que no
era eso lo que quería ser, sino “hombre del mar”, pescador,
actividad dedicada a la captura de peces, profesión que en
mi ciudad recibe ese nombre: pescador.
Bueno, una vez aclarado, lo único que se me ocurrió decirle
era que me parecía una labor muy digna, pero muy peligrosa,
y, al mismo tiempo, no bien remunerada. Pero él me contestó
que era una decisión muy firme, que se trataba de “el sueño
de su vida”, que en su casa, su familia se dedicaba a esa
noble profesión.
Me hubiera gustado conocer si nuestro querido y simpático
alumno vio realizada su vocación, si ejercerá como marinero.
En estudios realizados, ya con cuestionarios y consiguientes
registros, el porcentaje de alumnos que veían realizados sus
sueños, eran solamente un trece por ciento. Lo de nuestro
protagonista fue firme y convincente: ¡Yo, marinero! (De
“Vivencias de un maestro”, 2ª parte).
Me resistí a aceptar la noticia. De forma casual, al regreso
de la ya habitual visita a nuestra hija, la televisión
informaba que un marinero de Barbate había desaparecido
faenando en tareas pesqueras; llevaban tres días sin saber
nada de él.
Al decir el nombre del infortunado pescador, me quedé sin
respiración. Se trataba de un buen alumno, de aquella lejana
experiencia, en mis primeros pasos dentro de la docencia.
Admití que podría ser una coincidencia. Enseguida me puse en
contacto con otros alumnos, compañeros de Pedro, que así se
llamaba el desaparecido. Lo peor: se trataba de él.
El accidente ocurrió el día 12 de Enero, y, hasta la fecha,
su cuerpo no ha podido ser recuperado, con la consiguiente
preocupación por parte de la familia, que a estas alturas de
la tragedia, lo que sólo espera es recuperarlo.
Durante todo este tiempo he estado en contacto con la
familia, que todavía no ha perdido la esperanza de recobrar
al desafortunado Pedro, que nunca conocerá las verdaderas
causas del accidente, estableciendo, como no podía ser de
otra forma, las consiguientes hipótesis que justificaran el
fatal desenlace, partiendo de la base que Pedro era un
experimentado marinero.
Sus compañeros no aportaron los motivos por los cuales se
hubiese producido el accidente.
Me reencontré con Pedro en el verano de 2.004. Fue con
motivo de presentar en Barbate mi primer libro “Vivencias de
un maestro”. En un corto período de tiempo volví al lugar
donde, durante cinco años, di mis primeros pasos como
maestro. Me habían preparado un recibimiento del que no me
olvidaré. Yo iba acompañado de mi familia.
Ya, a la entrada del pueblo, alguien, montado en una
motocicleta, nos hacía señales para que le siguiéramos ˆ me
había reconocido, ya que yo iba junto al conductor-
Obedecimos las „órdenes‰ del motorista, pero, a los pocos
metros, su vehículo empezó a fallar, optando por tomar la
decisión de detenerse. Enseguida, dirigiéndome a los míos,
exclamé: ¡Es Pedro! Éste había cambiado muy poco.
Otros compañeros se acercaron, y, juntos, nos dirigimos al
lugar donde se iba a realizar la presentación del libro,
donde vivimos momentos muy emocionantes. Con muchos de ellos
me separaban unos cuarenta años sin vernos, desde que llegué
a la localidad de tantos y gratos recuerdos.
Unos días antes de Navidad, telefónicamente mantuve una
buena e informativa conversación, donde Pedro me refería sus
realizaciones, proyectos y apoyos a todo tipo de
iniciativas. Él hacía aquello que quiso hacer desde niño:
marinero. Iba enrolado en una embarcación, ejerciendo de
„lucero‰, y mostraba su total satisfacción. Era muy feliz.
También su dedicación a los demás: presidía una “peña” cuyos
objetivos iban en la línea de la realización de actividades
culturales, artísticas, socialess y debido a su gran pasión
por el fútbol, se responsabilizaba de promocionar a chicos
jóvenes en ese mundo tan entrañable para él. Con el clásico
“¡Felices Navidades!”, nos despedimos.
Pedro, lleno de ilusiones, nos dejó. Ejemplo de buen
ciudadano, de buen padre y esposo, de hermano maravilloso y
amigo de todos, que con toda seguridad daba más que recibía,
que dejó de hacer aquello que era toda su pasión: su amor al
trabajo. Y allí, en el cielo, Dios no tendrá ningún problema
con él, ya que todos sus deberes los realizó a la
perfección. ¡Hasta siempre, Pedro!
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