Confieso que nunca me gustaron los
carnavales en su parte correspondiente a chirigotas,
comparsas o cuartetos. Aunque aprecio el trabajo que
realizan y el esfuerzo que éste les exige a quienes viven la
pasión de hacer letras que armen un revuelo y luego
cantarlas con voces estupendas y afinadas como si hubieran
pasado por las manos de un afinador de instrumentos.
Los artistas del carnaval, en su versión cantada y
transgresora, buscan lo que ellos llaman dar un pelotazo. Y
con esa idea acuden a su cita teatral, tras haberse pasado
un año echándole horas a una tarea que les impide atender
otros menesteres y renunciar a otros ratos de ocio.
Lo digo, a pesar de que insista en mi falta de interés por
ello, porque yo he vivido muy de cerca el esfuerzo de
grandes compositores y mejores intérpretes, que nunca
consiguieron inocularme ese veneno que los embarga y los
hace vivir entregados a un hacer que les permite olvidarse
de cuanto no sea prepararse para causar una impresión que
deje a los espectadores sorprendidos con cuanto dicen y cómo
lo dicen.
En vista de lo expuesto, no hace falta decirles que yo me he
enterado ayer de que existían “Los polluelos con pelos en
los ‘güevos’”. Y que éstos, además, habían dado el pelotazo
con que toda chirigota sueña: pusieron bocabajo el teatro
donde se celebró el concurso; ganaron el premio a la mejor
chirigota y, en menos que canta un gallo, se vieron
envueltos en una polémica que traspasó su fama a toda la
península.
Hasta el punto de que fueron portada del ABC: ese periódico,
que aunque ya no es lo que era, según palabras que ha venido
repitiendo constantemente Luis María Anson, sigue siendo de
obligada lectura por esa parte conservadora de una España
que se la viene cogiendo con papel de fumar en muchos
aspectos. Y a partir de ahí, “Los polluelos con pelos en los
‘güevos’” fueron apareciendo en los telediarios de las más
importantes cadenas, y sus letras tachadas de racistas. En
fin, que el pelotazo soñado le llegó a la chirigota por
medio del escándalo y sus componentes han sido sambenitados.
Y lo que te rondaré, morena. Puesto que todo depende de que
a Mohamed Alí le llegue un soplo de sentido común y opte por
no darle a Juan Vivas las patadas en el culo que están
destinadas a los chirigoteros.
Conste, por si algún listo se cuela con media entrada, que
no estoy defendiendo a los componentes de la chirigota,
puesto que lo chabacano me repugna y mucho más si es
atentatorio contra la convivencia; si bien entiendo que
algunos políticos se están aprovechando de lo ocurrido para
rebajarle los humos a un Vivas que la semana pasada fue
sacado a hombros por la puerta grande del barómetro del CIS.
Y lo están haciendo, azuzados por persona herida en su amor
propio y a su vez usada por quien ha visto llegado el
momento de hacerle ver al presidente que ni siquiera su
popularidad le vale ante el poder que representa un medio.
Craso error.
Y lo es, sin duda, porque otra vez Ceuta ha sido noticia
nacional por cuestiones desagradables y que la convierte en
motivo de críticas acerbas por parte de quienes la
desconocen. Una situación de la que nos venimos lamentando
cada dos por tres y que, no obstante, los hay empeñados en
hacer todo lo posible para que ello no cese. El miércoles, y
por más razón que tengan los partidos musulmanes en alzar la
voz, fue un día triste para esta tierra. Pero el daño ya
está hecho.
Ahora, tras la tormenta, deben los políticos tejer lazos de
unión, disipar malentendidos y moderar sus comentarios. De
lo contrario, habrá emboscados, los de siempre, frotándose
las manos de felicidad. Pues todos sabemos que a río
revuelto...
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