Después de lo visto en Mallorca,
era de cajón que algo tenía que pasar en el Real Madrid.
Porque de haber cerrado el presidente los ojos para no ver
lo ocurrido en Son Moix, seguramente el desastre actual se
habría ido agravando a velocidad de vértigo. Las imágenes de
un Michel Salgado en el banquillo bisbiseando contrariedades
por el gol conseguido por Sergio Ramos, de un Helguera
atiborrándose de pipas de principio a fin del partido, el
hacer de tripas corazón de Raúl, y la desgana evidente de
jugadores como Beckham, Zidane, Ronaldo..., mostraban que la
plantilla está dividida y que sus componentes habían
decidido quitarse la careta de la hipocresía y meterse de
lleno en una declaración de guerra descodificada.
Y aunque de manera tan inesperada como sorprendente nos
enteramos de la dimisión de Florentino Pérez, como hecho
fundamental para que varios jugadores entiendan que andan
confundidos, pronto nos percatamos de que era la única
salida que tenía el presidente para evitar que esa guerra
entre bandos llegue a ser cruenta y deje a la institución
dañada de por vida.
Florentino Pérez, que fue hábil como político y es sagaz en
los negocios, ha entendido tarde que el mundo del fútbol se
rige por una ley dictada por los futbolistas y que debe ser
contrarrestada por la mano dura de una directiva donde ha de
estar prohibido el compadreo de sus miembros con los
jugadores. De no ser así, éstos se aprovechan de las
circunstancias y acaban comportándose como niños maleducados
y armando un cirio por cualquier quítame allá esa paja.
Florentino Pérez, desde el primer día, cometió el error de
hacerse con los servicios de un grupo de periodistas
dispuestos a cantar por decreto las excelencias de los
zidanes y pavones. Un lema absurdo y que emparejado con la
cursilería de galácticos, fue convirtiendo a los pavones en
diosesillos y a los zidanes en seres superiores para
igualarse a su presidente, en versión Butragueño.
Muchas veces he denunciado en esta página, gracias a que no
me considero periodista y, por tanto, no estoy obligado a
ejercer ese derecho absurdo del corporativismo, que Tomás
Guasch, Tomás Roncero y otros muchos, son culpables de
cuanto está ocurriendo en la plantilla madridista. Y a ello
ha contribuido el presidente. “Algunos jugadores están
confundidos y yo no he sabido desconfundirlos”, dice
Florentino en la hora amarga del adiós. A buena hora, mangas
verdes. Aunque bueno es reconocer los errores por más que el
daño causado por ellos sea casi irreparable.
Escribí yo, cuando la renovación de Casillas, que Florentino
Pérez se había jiñado al dar su visto bueno por la presión
que esos mismos periodistas habían ejercido sobre él. Una
presión que el As hizo de manera compulsiva. Y mucho me temo
que ahí empezara a fraguarse la enemistad del presidente con
Relaño, director del diario deportivo. Es verdad, y también
creo haberlo escrito, que la prensa madrileña ha convertido
en figuras a jugadores normales y ha hiperbolizado
actuaciones de los consagrados. Halagos que los mortales,
por más que parezcan estar centrados, digieren mal. Y los
futbolistas andan, salvo excepciones, escasos de formación y
siempre predispuestos a morir de éxito todos los días. En la
hora del adiós, justo es decir que la labor de Florentino
Pérez ha sido buena en lo tocante a modernizar las
estructuras de un Madrid que estaban chapadas a la antigua.
En cuanto a Fernando Martín,nuevo presidente, lo recibimos
con recelo en el aspecto deportivo por decir a voz alzada
que el auténtico motor del Madrid es Guti. Otro que llega
proclamando sus gustos y avivando las pasiones envidiosas. Y
es que no escarmientan.
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