Me gusta la campaña, que bajo el lema: “¿Qué quieres
conseguir con el alcohol?, el Ministerio de Sanidad y
Consumo, coincidiendo con el inicio del verano, ha puesto en
escena para llamar a la conciencia de los jóvenes, y menos
jóvenes, que de todo hay en la viña del creador. Más aún, si
es efectiva, y no se queda en meras campanadas al vuelo, sin
resonancia en el corazón de las gentes. La sensibilización
no es fácil en un mundo de contrariedades, donde se permite
que menores se bañen con alcohol y se den chutes de drogas
en plena calle, en plena luz del día y en cualquier esquina.
Para colmo de males, todo este absurdo festín alrededor del
botellón y de la noria de la estupidez, por cierto del que
algunos comercios y grandes almacenes se ponen las botas,
para nada tiene divertimento alguno. Ya me dirán qué andar
de gallo puede ser beber por beber hasta ponerse colgado.
Todo este regodeado de querer hacer gracia, lo que es una
desgracia, casi siempre termina en violencia, aunque se nos
venda como sinónimo de diversión o regocijo. Está bien,
pues, sensibilizar sobre los efectos nocivos del consumo de
alcohol, y otras adicciones, para la salud, y sobre la
necesidad de reducir los consumos de alto riesgo durante los
fines de semana; pero mejor estaría hacer cumplir las leyes
que para eso se han dictado. No veo mal que se eduque para
no picar en los cebos que esta vida alocada, construida en
las últimas horas a golpe de odios y venganzas, de
competiciones y zancadillas, nos pone en el camino. Pero hay
más a tener en cuenta, el peso de la ley también ha de
recaer sobre aquellos adultos que desde la ilegalidad
colocan ganchos y seducciones, reclamos y estímulos bajo
cuerda, y luego se lavan las manos como Pilatos. Resulta
aberrante el consumo masivo de alcohol, por parte de
adolescentes cada día más niños, con la complicidad de
negociantes de vidas humanas sin escrúpulos. Las dos últimas
encuestas sobre drogas realizadas a población escolar entre
catorce y dieciocho años por el Plan Nacional sobre Drogas,
en los últimos años, demuestran que la prevalencia de
consumo de alcohol entre los jóvenes se ha elevado a cotas
increíbles. Por desgracia, las ofertas sociales, televisivas
o de ocio, ponen a disposición de nuestros niños y jóvenes,
convivencias, programas y juegos, donde la degradación y
frivolidad de la vida humana es manifiesta, como también lo
es la desvalorización de la familia, todo unido a una farsa,
donde lo salvaje y las salvajadas, se presentan como santa
libertad. Todas estas realidades bochornosas que soportamos,
o sufrimos en carne propia, para empezar nos debiera turbar
como ciudadanos partícipes de una comunidad que queremos
cada día más humana, también más dignificada y más acorde
con los acordes del sentido común y de la vida.
Nos satisface toda campaña que nos haga reflexionar. Lo
subrayo. La situación es bien grave y, en verdad, alarmante.
El desenfreno no tiene precedentes. Todos, y máxime los
poderes del Estado, todos a una, debieran poner orden en
este descontrol y desconcierto demoledor que nos lleva a un
pozo sin salida. Hay que ir a la raíz, no irse por las
ramas, aunque tengamos que arrancar de tajo raíces que nos
duelen. No se puede, de ninguna manera, llevar a cabo la
destrucción de la familia como actualmente se hace y
promover como cultura placeres que nos restan autonomía como
personas. Ahí está la promoción de ciertos espectáculos para
jóvenes etiquetados como culturales, que no lo son,
sufragados en ocasiones con dinero público, que desacreditan
la dignidad humana, tanto del hombre como de la mujer,
instando al consumo desmedido de alcohol y otras sustancias,
de manera tácita o bien patente. Cuidado que, en cada niño,
nace la ternura de la vida; y, en cada joven, renace el
linaje de la comprensión. Por ahí se empiezan los andares y
el camino. La humanidad encauzada o a la deriva.
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