Me pregunta un amigo, de esos de
toda la vida, qué cuando va a empezar de verdad la campaña
de las próximas elecciones municipales.
No cabe duda de que, a este amigo mío, le va la marcha
encantándole, al parecer, todas esas cosas que se dicen los
políticos? en el transcurso de la campaña donde, algunos de
ello, de esos que se existan cuando hablan en público y se
les pone la caras colorás y las venas del cuello que parecen
se le van a romper para, al final, no saber ni que es lo que
están diciendo, de la cantidad de chorradas que dicen y que,
en la mayoría de las ocasiones, no vienen al caso pero que
les vale para que, los pelotas y lameculos, se le acerquen,
le abrazen y le digan entre admiraciones ¡cómo hablas “masho”,
eres el mejor!. Y hasta las pobres criaturitas mías que
acaba de hacer, una vez más, el ridículo, se creen que es
verdad y que, cuando hablan en público, son verdaderos
Castelares. Con lo bien que les quedaría el asunto, si se
mantuviesen calladitos que, hasta, estarían más guapos.
En dar contestaciones a las peguntas que me hacen, me
parezco una jartá a una de las canciones de mi amigo, el
gran poeta sevillano Francisco Palacios “El Pali”
desgraciadamente ya desaparecido.
“El Pali” tenía la letra de una canción que decía:
“Preguntarme, preguntarme, cosas que yo conocí”. Pues esos
mismo digo yo, que me pregunten cosas que yo conozca, porque
de las que no conozco me es difícil, por no decir imposible,
dar una opinión. Y es que, yo, de política no se mucho.
Bueno, ni de política ni de nada. Me pasa como aquel que
dijo “Yo sólo sé, que no sé nada”.
Digo esto, de que no se nada de política, para darle una
satisfacción a todos esos politiquillos de medio pelo y a
sus lameculos y pelotas que tanto gustan de criticarme.
En algunas ocasiones, no siempre, me encanta darle esa
pequeña satisfacción a todos ellos aunque sé, positivamente,
que nunca me agradecerán esta mentira piadosa.
Y eso que, a pesar de todo, a los políticos de medio pelo o
politiquillos del tres al cuarto, me permito el lujo de
llamarles políticos. Con lo cual, por usar ese termino para
definirlos, me deberían estar eternamente agradecidos. Pues
nada, no hay forma de que me agradezcan nada. Son unos
desagradecidos.
Lo que sucede es que como no se mentir, tengo que decir y
digo que, todos ellos juntos, en política de la de verdad,
no de la de chanchullos, negocios, pelotazos y demás
cosillas, no me llegan a la suela de los zapatos.
Aclarado el asunto, voy a contestarle a mi amigo a su
pregunta. La verdadera batalla para la campaña electoral, se
iniciará a partir del mes de septiembre, cuando todos hayan
vuelto de las vacaciones, mientras sólo serán pequeñas
escaramuzas.
De momento lo que impera, hasta la llegada de septiembre, si
a eso se le pueda llamar política, son las zancadillas, las
puñaladas traperas y demás cosillas que suceden cada cuatro
años para colocarse en la “pole” de la línea de salida a la
hora de conformar las listas de esos veinticinco que
tendrán, sin duda alguna, la oportunidad de ocupar un
silloncito en la Asamblea, con una buena pasta gansa.
Todos ellos se pegan, como las lapas, al costillaje de
quienes creen tienen la facultad de poder ponerlos en la
lista con un buen número y, de esa forma, ser uno de los que
obstengan el premio de ser consejero por la Ciudad Autónoma
de Ceuta.
La cosa , amigo mio, está teniendo sus problemas, sobre todo
porque el “cartel” de conseguidor, de cierto personajillo,
está muy deteriorado y todas las promesas que había hecho, a
ciertos pelotas y lameculos van a tener una gran dificultad
para poder llevarlas a cabo. Así es la vida, como decía un
pasaje de aquella obra de “Los Tres Gibosos de Egipto”,:
“Quien ayer era capaz de derribar una montaña yace, hoy,
envuelto en fúnebres sudarios. Quién lo había de pensar.
Quién lo había de decir. Era el capitán Sanson la mejor
lanza del reino. Una lanza muy codiciada que se cotizaba a
precio fabuloso” .
Perdonen, un inciso, tengo que besarme, no lo puedo
remediar, estoy recordando el papel que interpreté en una
obra de la que fui el protagonista, cuando tenía siete años.
Manda... la cosa.
Y es que la pobre criaturita ha caído, como quien dice, en
su propia trampa de la mentira y la falsedad. Todo ha sido
cuestión de que, poco a poco, sin prisas pero sin pausas, se
le haya ido cayendo la careta de la hipocresía y de la
mentira.
Lo peor, de todo esto, es que todos aquellos que antes le
aplaudían en sus desastrozos discursos, al “castelar” este,
le reían las gracias, mientras le acompañaban a todas
partes, están desapareciendo de su lado buscando, sin duda
alguna, aquel que le pueda poner en esa codiciada lista de
los veinticinco.
Mi querido amigo, el menda a visto, con estos peazo de ojos
que se van a comer los asquerosos de los gusanos, como se
produce esa huida y como se pegan a otro costillaje que
tiene todas las papeletas.
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