Juan Vivas tendrá que
afrontar, dentro de muy poco tiempo, uno de los pasajes más
duros de su etapa como presidente. La primera decisión,
donde no debería escurrir el bulto, será la de participar
activamente en la elección de los candidatos a diputados
para las próximas elecciones. A Vivas le corresponde decidir
quienes serán las personas que formen parte de ese gobierno
que a buen seguro le tocará presidir nuevamente. Es lógico
que los nombres de todas ellas vayan en una lista
confeccionada a gusto por él.
Haría bien el presidente imitando a Carlos Orúe en lo
tocante a querer rodearse de siete u ocho elementos de su
absoluta confianza. Un acierto del técnico jerezano. Y un
respiro para que los directivos no carguen con todas las
culpas si acaso el invento no funciona.
En la vida hay que arriesgar; y Juan Vivas está en una
situación inmejorable para tomar decisiones a las cuales no
debe renunciar por nada ni por nadie. Se encuentra el
presidente en el mejor momento de su carrera política y aún
cuenta con el respaldo de una mayoría de ciudadanos que está
dispuesta a votarle porque sí. Porque entiende que es el
mejor en su puesto y, miren ustedes, no se hable más del
asunto.
-Vivas tiene la suerte de los quebrados y se levanta cada
día con buen pie.
Lleva usted razón. Pero es que la fortuna distingue, casi
siempre, a los mejores. Si bien esta creencia es muy antigua
y tendríamos que remontarnos a cuando se pensaba que los
reyes gobernaban porque eran excepcionales. Y eran
excepcionales porque habían sido distinguidos por los
dioses...
Por lo tanto, es momento de recordarle a Vivas que ser
presidente tiene una ventaja: que nadie le dice dónde tiene
que sentarse. Y que ya va siendo hora de que aproveche su
madurez política para, sin perder un ápice de esa apariencia
de político centrado en una derecha nada atrabiliaria ni
tarasca, imponer sus normas y no tener que apechugar, cuatro
años más, con los errores cometidos por otros.
No hace falta decir que se aproximan tiempos revueltos y que
los partidos de la oposición están limándose las uñas para
procurar herir al presidente con cada zarpazo que puedan
darle. Es lógico que traten de evitar el bochorno que sería,
sobre todo para el Partido Socialista de Ceuta, no el que
Vivas ganase las elecciones -algo que se da por hecho-, sino
que lo hiciera otra vez a lo campeón.
Y ante esa postura de los partidos, legítima a todas luces,
el presidente debe responder con esa confianza que otorga el
conocer el mucho crédito que su figura tiene todavía entre
la gente de su pueblo. Con ese aval, y poniendo el
presidente de su parte un mayor deseo de abandonar en más
ocasiones la trinchera del cinismo (entiéndase por cinismo
estar contra de lo que se haga mal, pero que sean otros los
que traten de salir al frente de los problemas), no hay
ninguna razón para que se deprima o se venga abajo en ningún
momento. Dada la confianza que su personalidad sigue
generando en la ciudad. Aunque, lógicamente, entre lo que
desgasta el poder y la necesidad de tomar decisiones, nada
extraño es que haya días donde Vivas no tenga ganas ni de
dar los buenos días. Eso no sólo le ocurre a él sino también
al pescadero, al tabernero y a un servidor, por razones bien
distintas.
Ahora bien, cuando la columna está llegando a su final y
todo ha sido un canto al buen momento, como gobernante, con
que Juan Vivas se va a enfrentar a una campaña electoral,
convendría recordarle que es hora de que vaya dejando a un
lado lo de aparecer, a cada paso, como actor principal en
esas comedias que le prepara el presidente de la Federación
de Fútbol de Ceuta, en el salón del Trono. Pues es
contraproducente.
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