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OPINIÓN - MARTES, 27 DE JUNIO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Cuidado con el gafe
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Destinaron a Córdoba un obispo vasco que se pirraba por el fútbol. Era la época de Marcel Domingo como entrenador y el equipo se mantenía en la Primera División gracias a que en el Arcángel era casi invencible. De pronto, con la nueva autoridad eclesiástica sentada en el palco, los cordobeses empezaron a no dar pie con bola y los puntos volaban. Un desastre. Los directivos creyeron que tan mala racha se debía a que el obispo era gafe. Y hasta se reunieron para tomar el acuerdo de que alguien, la persona del club con más tacto, le dejara caer lo que estaba pasando.

De todos modos, el obispo, buen aficionado, que había seguido la trayectoria del equipo verdiblanco, antes de su llegada a la ciudad, se percató de que su presencia en el palco suscitaba recelos de gafancia y ansiaba con toda su alma que se produjera ya una victoria local. Sucedió, tal vez por las muchas plegarias clamadas, que cuando estaba a punto de renunciar a su presencia en el palco, antes de que le fuera impuesto por la vía de las miradas a hurtadillas y los gestos desconsiderados, que el Córdoba ganó su primer partido con él en el campo. Y el obispo, sin poder aguantarse, saltó como un resorte y exclamó:

-¡Coño, ya era hora de que ganase el Córdoba y de que ustedes dejaran de pensar que yo soy gafe!...

Los gafes existen. Claro que existen. Y cuando las personas son tachadas de serlo y lo saben, suelen sufrir lo indecible. Me imagino que Luis Yáñez, reputado socialista sevillano, hubiera preferido mil veces ser tildado de cualquier guasa antes que de tener mal bajío. Porque en cuanto aparece por algún sitio las gentes se ponen a tocar madera o cualquier objeto antijettatura que tengan más a mano.

Jaime Capmany era quien más sabía en España sobre gafes, aguafiestas, cenizos, manzanillos... Un inciso: hace pocos días se cumplió un año de la muerte del mejor columnista de España, y su hija, Laura, lo recordó con un artículo sensacional en ABC.

Sigo. Jaime Capmany, según decían, había desarrollado una facilidad pasmosa para descubrir a las personas que con su sola presencia eran capaces de estropear cualquier celebración o tirar por tierra las aspiraciones de artistas, toreros, futbolistas, o desgraciar negocios de la noche a la mañana.

Todo lo dicho viene a cuento porque al igual que se conoce que Alfonso XIII era un gafe de muchos quilates, Juan Carlos es todo lo contrario. De ahí que recién terminado el partido entre España y Arabia Saudí, Luis Aragonés declarara, después de haber hablado unos minutos con el Rey, que éste tiene buen bajío.

Bajío que, según el seleccionador, delegará el Monarca en el Príncipe. Puesto que será éste quien asista al partido contra los franceses. De manera que ya pueden don Felipe y doña Letizia comparecer en el estadio habiendo invocado a todos los santos de sus preferencias para que Luis Aragonés no deba acordarse del padre del niño. Ya que el seleccionador es de los que están convencidos de que hay manzanillos capaces de acabar con las ilusiones que él ha puesto en llegar a la final del Mundial.

Ahora bien, al margen de mala sombras, cenizos, aguafiestas, manzanillos, gafes y gente con la jettatura pegada a los talones, existen dos cuestiones primordiales para que Francia no corte de raíz todas las esperanzas que hay puestas en la selección española. Primero, que a Domenech, seleccionador, tan francés él, tan catalán él y tan poco español, aunque su padre lo fuera, se le ocurra dejar fuera del equipo a Zinedine Zidane. Segundo, que si lo alinea no haya alguien capaz de impedirle jugar a su aire por más que haya cumplido 34 años y esté dando muestras de estar acabado. No hacerlo sería un suicidio. Es decir, sería nuestro gran gafe.
 

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