Cambian las sustancias pero el
consumo de drogas ilegales (el tabaco y el alcohol es ya
otro cantar) entre los jóvenes prende su raíz. A veces como
vía de escape, otras por presión de grupo y el resto, por el
desconocimiento de los peligros que conlleva. La recién
publicada ‘Encuesta sobre hábitos y abusos de las drogas’ de
Ceuta revela porcentajes preocupantes -el mismo adjetivo
usado desde el Centro de Atención a la Drogodependencia-
sobre la frecuencia de consumo y las edades en las que se
inicia. Doce años para las sustancias inhalables o los19 de
los alucinógenos. Falta educación; y no para que un hijo no
pise con las botas sucias la alfombra de lana de oveja, sino
la que se ofrece desde el diálogo con un adolescente, con la
explicación de los riesgos que conlleva fumar hachís, las
nefastas consecuencias de probar la cocaína o los daños que
provoca el consumo de alucinógenos , pastillas y derivados.
Todo eso conforma la base de la libertad responsable, de
saber decir no ante los amigos o de calibrar si compensa
‘divertirse’ de esa manera los fines de semana. Eso respecto
a los jóvenes. Pero la encuesta también habla de consumo de
cocaína en el ámbito laboral y del modelo de éxito
profesional que la sociedad venera hoy en día: profesionales
competentes, activos y sociales. Ceuta sobrepasa la media
española en prevalencia de drogas. No sólo la relacionada
con el cannabis -sustancia que destapa menos sensación de
riesgo entre la población- sino con todas, a excepción de
los inhaladores. Buscando la evasión uno se puede meter en
un agujero del que es difícil salir si no es con ayuda y
tratamiento farmacológico. Y es eso lo que un joven o un
adulto ha de tener bien claro: del hedonismo al sufrimiento
puede haber un pequeño paso, aunque al final todo quede en
la ingesta de pastillas, las que te ‘flipan’ y las que te
curan. Responsabilidad es una palabra grande, enorme, un
armatoste si se quiere que uno tiene que saber meter en el
bolsillo para no quedarse ‘colgado’.
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