Como el poeta, toda ilusión la ponemos en la espera de un
mañana. Y de igual modo que Josefina de la Torre, también
nos preguntamos: ¿Cómo vendrás? ¿Adornado de blanco flor de
retama o de flor de pensamiento que de luto se engalana?
¿Vendrás con rojas o con pálidas miradas? ¿Tendrás voz,
tendrás sonrisa, o no me guardarás nada? El mañana no deja
de ser algo irónico, a pesar de todas nuestras inquietudes
por prosperar y porque nuestra felicidad –la propia- esté
asegurada de por vida. Nadie sin futuro –dice un lema de
Cáritas. O sea, lo que es lo mismo: nadie sin nadie y todos
con todos. Pienso que esa espera es la única por la que vale
la pena desesperarse y empeñarse en construir un lugar común
y habitable. El problema de hoy es que el futuro ya no es lo
que era. En cualquier momento puede sorprendernos una tromba
de polvorines que nos mandan al otro barrio en un abrir y
cerrar los ojos. La inseguridad tiene un claro ascendiente.
Esto de las influencias también tiene sus orejas de lobo. Y
así, en la espera de un mañana mejor, los hay que crucifican
su vida arrojándose a los brazos de los bestiales
traficantes de seres humanos. En consecuencia, a estas
alturas del año 2006, la inmigración irregular llegada a
bordo de embarcaciones bate récord. Al buhonero le resulta
fácil vender falsos anhelos a pueblos oprimidos. No hay una
sola provincia española donde no haya una presencia
inmigrante. La acogida no está siendo nada fácil para
algunos. Cuentan las crónicas, que en un intento por
integrarse y pasar desapercibidos/as, ha llevado a ciertas
personas a pasar por el quirófano para cambiar de imagen.
Esto me parece perverso, irracional, sádico, tan rudo como
ese bárbaro huracán que todo lo derriba a su paso. Tener que
unificarse por las apariencias en vez de por los lenguajes
es algo horroroso. José Manuel Blecua, filólogo y miembro
electo de la Real Academia Española, no ha podido hablar más
claro al respecto, y ha criticado con razón, que en España
falte una formación de español para extranjeros. Denuncia
que no es adecuada la que existe en la actualidad. Ya me
dirán cómo se puede integrar, pues, una persona que habla
distinto a nosotros, si desconoce la lengua para entenderse
con su vecino.
En cualquier caso, el mañana, tiene variadas semánticas.
Para los débiles pasa por abrazar lo inalcanzable. Para los
temerosos, llegar a lo recóndito. Para los animosos es la
oportunidad que siempre llega y que sólo hay que ser
valientes para retenerla. Para otros, sin embargo, el mañana
no existe y la vida apenas tiene valor alguno. Los hay que
les interesa tanto el futuro, que lo consideran lugar donde
van a pasar los días y se gastan un pastón en acudir a
futurólogos. Entre las hipotecas, las casas de la buena
suerte y las loterías que el gobierno alienta, el por-venir
en realidad se queda para muchos en por-llegar. El día que
rompan a hablar los inmigrantes, el bienestar de los
paraísos se pondrá en entredicho. Porque el derecho a
emigrar en la espera de un mañana de rosas, no es un juego
más, es preciso reconocerlo a toda persona por encima de los
nacionalismos excluyentes, puesto que esta vida es un jardín
para todos los ojos y miradas, aunque deba reglamentarse por
razones naturales de espacio y convivencia.
Se olvidan los que acuden a la futurología tan en boga hoy,
que el mejor profeta del mañana es el pasado, donde se
escribe la historia venidera. Quizás esos valores que nos
definen y que han demostrado su validez a lo largo de
nuestra historia, no se hallarían tan amenazados o
pérfidamente relativizados, si buceáramos más en las raíces
que nos sostienen. Tampoco se trata de torturarse con el
mañana o de encadenarse al pasado, todo requiere su
equilibrio. Lo cierto es que hay un futuro que no llega para
esas personas endeudadas hasta los dientes, a los que les
cuesta llegar a final de mes, o para esos inmigrantes que no
tienen ni un techo donde dormir.
A pesar de los pesares, el mundo está bien hecho, dijo el
poeta. Nos lo creemos. La realidad es que se han derrumbado
muros, pero de mentira, porque al tiempo también se han
levantado paredes que nos distancian. Asimismo, se han
abierto fronteras, pero se han cerrado corazones. Las
rivalidades están a la orden del día. La sed de justicia es
tan grande como el hambre. Que se lo digan a los mártires de
la historia y a los mártires del terrorismo presente. Todos
reclamamos una nueva civilización plenamente humana. Sin
condiciones ni condicionantes. Lo malo es que no ponemos el
alma en la póliza (de riesgos) en la que se nos considera
objetos. Lo firmamos todo, hasta ser una cosa de mercado. En
consecuencia, los listos de turno deciden arbitrariamente
sobre derechos que nos pertenecen, como es el de la vida o
el momento de la muerte. Lo cruel de este desaguisado, es
que hemos caído en el terreno de la desesperanza y puede
que, el mañana, sea solamente una ilusión a cultivar todos
los días.
Servidor apuesta, si se me permite, por un mañana
universalizador y universalista. Esta apertura, donde la
fuerza y el miedo dejen de ser moneda de cambio, hacia
nuevos horizontes requiere sabia meditación y audaz
previsión para implicarse y aplicarse toda la familia
humana. Pienso que en la búsqueda de ese futuro en libertad,
no caben vacilaciones para avanzar; en parte, porque el
mañana está oculto detrás de los seres humanos que lo hacen.
No es mal camino, pues, hacerlo hacia el interior antes que
al exterior, donde también se halla la eternidad de los
mundos, el pasado que se nos fue, el presente que se nos va
y el futuro que cada cual vive a su manera. Yo, por si
acaso, me ofrezco a diseñar un futuro mejor, aunque sea con
la utopía del viento, favorable siempre a la vida y
dispuesto a poner voz, brazos y clarinete. Que la música no
falte. Quiero vivir, dijo el aire al quitarse los agobios.
Sabed que desde hoy, -escribió el cronista de verbos-; el
mañana, ya no es una espera, sino una esperanza real. Los
poetas han tomado el poder. Abrieron ventanas, las del
corazón, al futuro. Prohibido disparar. Decreto del gobierno
parnasiano.
|