Parece imposible y parece
increíble. Precisamente “ahora” en la época de los
profesionales de la buena conciencia y de la moral
melindrosa onegetista, tan pamplinera y tan hipocritona
“hoy” es cuando existen más casos de niños maltratados.
Tantos, que son noticia de telediario y tan cruelmente que
parece puro sadismo, cosa de alimañas, de una brutalidad
extrema e inaceptable.
El tema me toca, porque lo he vivido como abogado y se como
funcionan las instituciones, absolutamente desbordadas y
desarmadas ante el incremento de la violencia contra los
pequeñajos. Existen factores de riesgo, como la marginalidad
extrema, pero tampoco se puede poner a un asistente social
por familia y los delitos en el ámbito familiar son muy
oscuros, muy opacos, muy de enterarse los ajenos por pura
casualidad. Los maestros ante el niño triste que se cae
demasiado a menudo como para ser normal, los médicos ante
síntomas equívocos o inequívocos y los vecinos, que
observan, hablan, murmuran y a veces denuncian.
Yo, hace no mucho viví un caso flagrante y sangrante, lo
viví en primera persona porque me llamaron para defender a
una ucraniana a la que llamaré Luba, para salvaguardar su
identidad. La mujer ejercía la prostitución y se anunciaba
en los periódicos malagueños con anuncios tipo “Nórdinas
calientes” o “Conejitos picantes” y el número de teléfono.
El problema residía en que, mi clienta tenía un niño de seis
años, el pequeño Boris y ejercía sus menesteres en su propio
domicilio así que, cuando llegaba el cliente rijoso echaba
al niño a la calle, a una plazoletilla fuengiroleña debajo
de la casa, donde se reunían los grifotas, los canuteros y
los del botellón. El niño bajaba con los de la plaza y a los
tiparracos les daba lástima, inexorablemente acababan por
compadecerse y darle de cenar, patatas fritas o ganchitos y
más de una madrugada sorprendió a Boris dormido en los
brazos de un camello hasta que, el cliente salía de la casa
y el individuo le despabilaba “Anda chiquitillo, sube pa tu
casa” El problema es que Luba, amén de puta, era borracha y
cuando cogía una de sus cogorzas del espantoso champán ruso
acaramelado y repugnante, entonces no abría la puerta y el
niño dormía acurrucado en el felpudo.
Hasta que las vecinas denunciaron y llegó la policía y
encontraron a la julandrona con el querido que era
traficante y al niño durmiendo en las escaleras y a ella la
metieron en la cárcel por abandono de un menor. Poco tiempo,
el suficiente como para que la Junta asumiera la tutela de
Boris y le llevara a un centro, porque el niño estaba sin
escolarizar, desnutrido y lleno de magulladuras por las
palizas. No crean, la julandrona quería recuperar a su
retoño y yo la disuadía “Mira Luba, te ahorras el colegio y
te puedes emborrachar a diario, si te llevas al niño te
volverán a denunciar y vas a ir seis años a la cárcel” Yo
exageraba, pero aquí primaba el interés del menor, por más
que el querido que era libanés, ofreciera amablemente
llevarse al pequeño al Líbano y dejarle allí, rubito y como
un caramelo a la puerta de un colegio.
Mala cosa los temas de menores acogidos, pésima cosa las
familias a las que se retira la tutela y se obcecan en
recuperar a unos hijos que no son capaces de amar y educar,
pero que consideran “suyos” cuando los niños no son de nadie
y son de todos, pero nunca son objetos que se puedan poseer
por parte de quienes no lo merecen. Si el buen Dios reparara
el entuerto , debería exigirse un permiso para concebir
infinitamente más dificultoso del permiso para conducir. El
planeta medio despoblado, pero los que estuvieran estarían
bien porque nacerían de los padres adecuados, el problema es
que cualquiera puede parir y lo de la paternidad responsable
es tema de auténticas minorías super culturizadas, el resto
va al voleo, a lo bestia y pasa lo que pasa y estamos como
estamos y nos va como nos va.
Es también cuestión cultural, nunca he visto tratar tan
cruelmente a los niños como lo hacen los rumanos, sin
embargo los gitanos españoles, mis primos calorros, se
parten el culo por la prole y quieren mucho a los niños,
igual que los moros, que son buenos padres por naturaleza,
algunos europeos son tremendamente distantes y negligentes y
los asiáticos son duros. Eso si, todos los países han
suscrito convenios y protocolos sobre Derechos del Niño que,
en el tercer Mundo y en el Cuarto Mundo, se pasan
mayoritariamente por la ingle, porque el peor enemigo de la
infancia es la miseria cultural y moral.
¿Qué que fue del pequeño Boris? Que está con una familia de
acogida, cinco kilos más gordo e infinitamente más feliz,
encima habla en malagueño y la Junta ha luchado
encarnizadamente por defenderle cuando se llevaron a su
madre extraditada a su país y el niño se quedó aquí.
“Entonces” los miserables de su embajada cayeron en la
cuenta de que tenían a un pequeño nacional acogido en
Andalucía y le reclamaron para llevarle a un siniestro
orfanato de su país de origen, a sufrir y a penar. De eso
nada monada, contestaron en la Junta y no entregan al niño.
Hay para la infancia una justicia universal y una serie de
mandamientos del niño.
Recuerdo cuando llevé a los míos a un curso de control
mental y allí los chipulos nos recitaban a los padres sus
reivindicaciones y, esa especie de poema especial colectivo
acababa diciendo “Y quiéreme y, lo que es más importante,
dímelo”. Violencia contra los niños, endurecimiento de las
penas, retirada de la patria potestad y un sistema de
vigilancia que haga que, si existimos cuarenta millones de
españoles, existan ochenta millones de ojos observando,
capaces de reaccionar y denunciar.
|