El porvenir de España está en las
manos de Luis Aragonés y sus chicos. ¿Quién le
iba a decir al ‘Sabio de Hortaleza’ que, a estas alturas de
su vida, cuando le molesta hasta que una mosca se pose en su
cuerpo, su buen bajío puede ser el mejor antídoto contra los
particularismos y los nacionalismos, propiciados por
catalanes y vascos, catetos de alto copete y con peligro más
que sordo, que no quieren formar parte de ningún proyecto
común con las demás regiones?
Bien es verdad que el proyecto común, desde hace tiempo,
reside en la Comunidad Europea y en eso que llaman la
globalización; pero está claro que, por encima de ambas
cosas, manda el fútbol, impera el fútbol: un deporte
universal que ha vuelto a demostrar, cuatro años después, su
fuerza para aunar voluntades y despertar patriotismos
arrumbados en los desvanes.
Flamean las banderas españolas por doquier y los españoles
acuden al campo alemán con los colores rojo y gualda (Lázaro
Carreter, maestro, no digo gualdo para no tener que
dar explicaciones), pintarrajeados donde más les place. ¡Qué
bien que hayan arrinconado los prejuicios de ser españoles!
Por más que Cánovas dijera, creo yo que en un momento
de decepción manifiesta, que era español quien no podía ser
otra cosa.
Y mucho mejor que la gente, (harta ya de enfrentamientos
verbales entre los políticos y cansada de soportar los
insultos de Carod-Rovira y las amenazas de ETA
con volver a las andadas del tiro en la nuca si acaso no se
accede a sus peticiones), sólo viva pensando que el próximo
lunes España volverá a ganar y que lo hará a lo grande.
Los defensores del fútbol están de enhorabuena. Y no cesan
de recordarnos el enorme favor que le está prestando, en
estos momentos, a una nación cuyos políticos llevan tiempo
empeñados en poner a los ciudadanos al borde de la histeria
y dispuestos a darse garrotazos tan contundentes como los
inmortalizados por Goya.
¿Quién sabe si a Luis Aragonés, burlanga perdedor a quien,
según Raúl del Pozo, otro jugador
empedernido, le tocan las palmas los empleados del casino de
Torrelodones cuando gana, la diosa Fortuna ha decidido
pagarle a partir de ahora con creces lo que le ha venido
quitando como jugador de azar? No sería mala cosa que el
seleccionador estuviera en estado de gracia y todas sus
decisiones, de aquí al final del Mundial, fueran sabias y
ganadoras y se convirtiera en un Midas futbolístico. Un
dios, lo más parecido a Fernando Fernán Gómez, y a
quien los españoles tendríamos que aguantar sus salidas de
tono y su inveterado mal genio.
Que para mí le nace cuando los aficionados del Atlético le
culpaban de las derrotas si no jugaba bien y le otorgaban
los éxitos del equipo a la buena labor de Adelardo y
silenciaban la suya. Una injusticia que Luis nunca ha
digerido y que la cuenta entre amigos y, sobre todo, la
lloraba muchas noches de farras a la vera de su gran amigo
Pepín Cabrales: un gaditano con mucho arte y
con quien se veía en “Los borrachos de Velázquez”.
España atraviesa un momento delicado: recuerden, si no, de
qué manera reciben a los políticos del PP en tierras
catalanas. Y cómo los terroristas presumen de sus fechorías
asesinas, ante los jueces encargados de juzgarlos. Los
españoles necesitamos olvidarnos, aunque sea durante estos
días, de tanta mentira y violencia, y de las iras de quienes
quieren meternos el miedo en el cuerpo con sus ideas
trasnochadas. Pero necesitamos que la selección permanezca
en Alemania hasta el último día del certamen. Estamos, pues,
en las manos de Luis Aragonés. Un técnico veterano, y
burlanga perdedor. Y todo, como siempre, por medio del
fútbol. ¡Qué grandeza de deporte!
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