A la hora de la siesta, cuando todo español que se precie se
recuesta en el sofá dispuesto a pegarse su habitual
cabezadita después del almuerzo, la ciudad quedó en
silencio.
No hubo siesta, ni cabezada, ni el menor signo de llegar a
cerrar los ojos durante más tiempo de lo que dura un simple
parpadeo, y es que, la ocasión lo merecía, nuestra Selección
debutaba en lo que puede ser su Mundial.
Dos horas en las que pocas almas deambulaban por las calles
de nuestra ciudad, y el único rugir de los coches eran los
motores encendidos de los taxis cuyos dueños permanecían
atentos por la radio a la actuación de la Selección Española
en Alemania.
Y esta no nos defraudó. Hizo un partido como pocos, y menos
aún tratándose de una competición como en la que debutaba.
Todo le salió bien, y lo que no, estaba el juez de línea
para echarnos una mano, como en los dos fuera de juegos que
rompió Ramos en la primera parte y que podrían haber
cambiado en algo, poco, pero en algo, el rumbo del partido.
Y mientras tanto, todos los ceutíes animando desde donde
podían, algunos en los bares, casi todos en sus casas, pero
unos pocos afortunados desde el mismo estadio de Leipzig,
donde llevaron nuestro ánimo, entre ovaciones y banderas de
la ciudad, a ras del césped, hasta el mismo aliento de los
jugadores.
Todos unidos a una misma causa en uno de esos momentos donde
uno se siente orgulloso de ser español. Túnez y Arabia Saudí,
temblad. España unida jamás será vencida.
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