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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 14 DE JUNIO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Excusez –moi monsieur
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Tienen pésima prensa y gozan de escasísimas simpatías, me refiero a los miles de magrebíes que atraviesan España de norte a sur, camino de Algeciras cada verano para ir a pasar sus vacaciones en Marruecos. Las voces críticas ponen el grito en el cielo, se enfurecen y alegan el por qué nos tiene que costar a los españoles un solo céntimo el facilitar las cosas para que, unos extranjeros, vayan a vacacionar a su tierra. Quieren decir que no se trata de refugiados de guerras, hambrunas o inundaciones, sino de turistas que van a pasárselo bien durante un mes y se les trata con una especie de moral onegetista y babosa, con la “ayuda humanitaria” y todo tipo de pamplinas en Algeciras, como si, los veraneantes, fueran víctimas de alguna calamidad y hubiera que poner todo el empeño en hacerle su trayecto lo más cómodo posible. La gente es que echa las muelas y dicen que los miles de euros que se malgastan en el Paso del Estrecho se utilicen en darle una paga extra a jubilados y pensionistas o a los gitanos de las Tres Mil viviendas y del Saladillo para que manden a sus retoños de campamentos de verano y respiren las criaturas un poco de oxígeno sin marginalidad.

Absolutamente todo el mundo es contrario a gastar dinero, dice que lo gaste Mohamed VI, el exquisito coleccionista de palacios, porque para eso los magrebíes van a dejarse muy buenas divisas en Marruecos y a enriquecer el país, mientras que, en su paso por España no se dejan una puta mierda y encima crean un clima de inseguridad en la carretera porque llevan los coches atestados de bultos y equipajes, contra todas las normas de la física y de la seguridad vial e incrementan la inseguridad.

De hecho, los más envidiosos dicen que la DGT da normas precisas a la guardia civil de carreteras para que no moleste ni incomode a ningún magrebí, aunque los bultos del equipaje excedan en volumen al vehículo, vayan más personas dentro de las permitidas e incumplan todas las normas. Se murmura ese trato escandaloso de favor y el currito español al volante echa las muelas de furia, porque al currito si que le paran, le exigen, le ponen firme a la menos infracción y le arrean un multón a la mínima de cambio. Ese extremo de la norma de no multar a los del Paso del Estrecho debería aclararse a nivel DGT y decir si es verdad o se trata de una fabulación racista. Porque en toda esta movida hay un claro componente de racismo y de mala leche. Yo lo he comprobado, tal vez porque como, por mi origen rifeño en la facultad me llamaban “caricatura étnica” me escuece un poco la temática y siempre, ante variados interlocutores utilizo la misma estrategia que les aconsejo a ustedes, se trata de preguntarle al de enfrente “Oye, ¿Tu eres racista?” El fulano contesta por corrección política “Yo no” y tu vas y le respondes “Pues yo soy racista porque me sale de los cojones, de hecho, mataría a todos los moros y a todos los bomberos” Y el otro, súbito se escandaliza y pregunta “¿Y a los bomberos por que?”.

Cierto es que los de la Operación Paso del Estrecho van agotados y hechos polvo, se les ve con pocos posibles pero infinidad de regalos en los que deben haberse gastado hasta el último céntimo y en su paso por la Península es verdad que gastan lo mínimo. Me pasó en el área de servicio de una gasolinera cochambrosa a la altura de Baza de Granada, a la vera de lo de la gasolina había un barezucho repugnante donde paré a tomarme un café con mi socia Ines Barba Novoa porque veníamos de Cartagena de currar. Allí encontramos a una familia de inmigrantes con una destartalada furgoneta de matrícula francesa, estaban almorzando bajo un árbol y su aspecto era muy humilde, tres niños le pedían al padre que les comprara un helado y al final el hombre accedió y entró a preguntar los precios. El de la barra le atendió de mala manera y le dio los helados. Al momento el hombre entró con una botella de agua vacía en dirección a los servicios y el tipo malencarado de la barra le conminó “¡Tu moro! ¡El agua se vende! ¡En water no agua, agua prohibida!” El hombre, abochornado preguntó el precio de una botella y el del bar le pidió como tres veces el del supermercado, el precio de una botella en una terraza de Puerto Banús, mi paisano movió la cabeza y salió con la botella vacía y el guarro del bar se quedó gruñendo “¡Estos morancos de mierda que no se gastan ná ¡anda y que les den por er culo!” Inés sorbía su café sin mirarme y a mi me iba entrando calor y calor. Salí al exterior donde el hombre seguía con la botella vacía en la mano y expresión confusa, se la retiré con suavidad, entré con ella al servicio y la llené en el lavabo, el hijoputa hizo un gesto de protesta, Inés intervino “Somos abogadas y si dice una sola palabra más le ponemos una denuncia”. Salí con el agua y se la entregué al hombre “Excusez moi monsieur” Me tendió la mano “Mercie” y proclamé estrechándosela “Mercie non, baracalofi, ana rifía”. Solo por ver la sonrisa de aquel padre merecía la pena el enfrentamiento con el cabroncete del bar, al que me entretuve unos minutos en amenazar con denunciarle a sanidad porque sus servicios estaban sucios, sin papel, sin jabón y sin donde secarse las manos y encima de ser una especie de delito contra la salud pública abierto al público cayéndose de mierda, se permitía el lujo de ser racista el muy capullo.

¿Qué les he contado una anécdota? Ya lo sé, es que me apetecía, pero prueben, prueben con el chiste de matar bomberos, es que no se falla una.
 

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