Tienen pésima prensa y gozan de
escasísimas simpatías, me refiero a los miles de magrebíes
que atraviesan España de norte a sur, camino de Algeciras
cada verano para ir a pasar sus vacaciones en Marruecos. Las
voces críticas ponen el grito en el cielo, se enfurecen y
alegan el por qué nos tiene que costar a los españoles un
solo céntimo el facilitar las cosas para que, unos
extranjeros, vayan a vacacionar a su tierra. Quieren decir
que no se trata de refugiados de guerras, hambrunas o
inundaciones, sino de turistas que van a pasárselo bien
durante un mes y se les trata con una especie de moral
onegetista y babosa, con la “ayuda humanitaria” y todo tipo
de pamplinas en Algeciras, como si, los veraneantes, fueran
víctimas de alguna calamidad y hubiera que poner todo el
empeño en hacerle su trayecto lo más cómodo posible. La
gente es que echa las muelas y dicen que los miles de euros
que se malgastan en el Paso del Estrecho se utilicen en
darle una paga extra a jubilados y pensionistas o a los
gitanos de las Tres Mil viviendas y del Saladillo para que
manden a sus retoños de campamentos de verano y respiren las
criaturas un poco de oxígeno sin marginalidad.
Absolutamente todo el mundo es contrario a gastar dinero,
dice que lo gaste Mohamed VI, el exquisito coleccionista de
palacios, porque para eso los magrebíes van a dejarse muy
buenas divisas en Marruecos y a enriquecer el país, mientras
que, en su paso por España no se dejan una puta mierda y
encima crean un clima de inseguridad en la carretera porque
llevan los coches atestados de bultos y equipajes, contra
todas las normas de la física y de la seguridad vial e
incrementan la inseguridad.
De hecho, los más envidiosos dicen que la DGT da normas
precisas a la guardia civil de carreteras para que no
moleste ni incomode a ningún magrebí, aunque los bultos del
equipaje excedan en volumen al vehículo, vayan más personas
dentro de las permitidas e incumplan todas las normas. Se
murmura ese trato escandaloso de favor y el currito español
al volante echa las muelas de furia, porque al currito si
que le paran, le exigen, le ponen firme a la menos
infracción y le arrean un multón a la mínima de cambio. Ese
extremo de la norma de no multar a los del Paso del Estrecho
debería aclararse a nivel DGT y decir si es verdad o se
trata de una fabulación racista. Porque en toda esta movida
hay un claro componente de racismo y de mala leche. Yo lo he
comprobado, tal vez porque como, por mi origen rifeño en la
facultad me llamaban “caricatura étnica” me escuece un poco
la temática y siempre, ante variados interlocutores utilizo
la misma estrategia que les aconsejo a ustedes, se trata de
preguntarle al de enfrente “Oye, ¿Tu eres racista?” El
fulano contesta por corrección política “Yo no” y tu vas y
le respondes “Pues yo soy racista porque me sale de los
cojones, de hecho, mataría a todos los moros y a todos los
bomberos” Y el otro, súbito se escandaliza y pregunta “¿Y a
los bomberos por que?”.
Cierto es que los de la Operación Paso del Estrecho van
agotados y hechos polvo, se les ve con pocos posibles pero
infinidad de regalos en los que deben haberse gastado hasta
el último céntimo y en su paso por la Península es verdad
que gastan lo mínimo. Me pasó en el área de servicio de una
gasolinera cochambrosa a la altura de Baza de Granada, a la
vera de lo de la gasolina había un barezucho repugnante
donde paré a tomarme un café con mi socia Ines Barba Novoa
porque veníamos de Cartagena de currar. Allí encontramos a
una familia de inmigrantes con una destartalada furgoneta de
matrícula francesa, estaban almorzando bajo un árbol y su
aspecto era muy humilde, tres niños le pedían al padre que
les comprara un helado y al final el hombre accedió y entró
a preguntar los precios. El de la barra le atendió de mala
manera y le dio los helados. Al momento el hombre entró con
una botella de agua vacía en dirección a los servicios y el
tipo malencarado de la barra le conminó “¡Tu moro! ¡El agua
se vende! ¡En water no agua, agua prohibida!” El hombre,
abochornado preguntó el precio de una botella y el del bar
le pidió como tres veces el del supermercado, el precio de
una botella en una terraza de Puerto Banús, mi paisano movió
la cabeza y salió con la botella vacía y el guarro del bar
se quedó gruñendo “¡Estos morancos de mierda que no se
gastan ná ¡anda y que les den por er culo!” Inés sorbía su
café sin mirarme y a mi me iba entrando calor y calor. Salí
al exterior donde el hombre seguía con la botella vacía en
la mano y expresión confusa, se la retiré con suavidad,
entré con ella al servicio y la llené en el lavabo, el
hijoputa hizo un gesto de protesta, Inés intervino “Somos
abogadas y si dice una sola palabra más le ponemos una
denuncia”. Salí con el agua y se la entregué al hombre
“Excusez moi monsieur” Me tendió la mano “Mercie” y proclamé
estrechándosela “Mercie non, baracalofi, ana rifía”. Solo
por ver la sonrisa de aquel padre merecía la pena el
enfrentamiento con el cabroncete del bar, al que me
entretuve unos minutos en amenazar con denunciarle a sanidad
porque sus servicios estaban sucios, sin papel, sin jabón y
sin donde secarse las manos y encima de ser una especie de
delito contra la salud pública abierto al público cayéndose
de mierda, se permitía el lujo de ser racista el muy
capullo.
¿Qué les he contado una anécdota? Ya lo sé, es que me
apetecía, pero prueben, prueben con el chiste de matar
bomberos, es que no se falla una.
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