Escribo en una mañana de lunes,
que ha amanecido con un cielo nublado de panza de burro y
donde el viento de levante está soplando moderadamente,
aunque se le ve dispuesto a cabrearse ante el menor
contratiempo. Así que ya pueden preocuparse todos aquellos
que se han ido a la península para disfrutar de un nuevo
puente. Y harían muy bien teniendo la biodramina a mano.
Pastillas para combatir el mareo por parte de quienes viajan
y Espidifen para cuantos hemos venido viendo todas las
actuaciones de Rafael Nadal, en Roland Garros.
Sobre todo para quienes, como a servidor, el seguir con
atención el movimiento de la pelota les produce tortícolis.
Pero ha merecido la pena echar mano del analgésico con tal
de ser testigo de un nuevo triunfo sonado de un chaval de
Manacor, que sigue sin perder ese tic nervioso que le hace
tirarse del pantalón cuando éste se le mete en la raja del
culo. Un movimiento al que dediqué comentario cuando Nadal
ganó su primer Roland Garros. Aunque desconocía, pues mi
capacidad de observación no llega hasta ese extremo, que
semejante costumbre es signo evidente de que el tenista está
en el camino adecuado para zurrarle la badana a su oponente.
Así lo piensa y lo escribe Juan Manuel de Prada,
escritor de renombre y articulista de ABC: “A mitad del
segundo set, Nadal empezó a sacarse el pantalón de la raja
del culo. Es la señal que lo delata cuando empieza a
olfatear la posibilidad del triunfo”.
Pues bien, tomen nota de este dato y sabrán ya a qué
atenerse en relación con un gesto que a mí me parecía que
debía estar en la lista de los llamados a desaparecer del
repertorio menos adecuado que exhibe en la pista el gran
campeón español.
Mas ahora, tras descubrirnos De Prada que ese toque que se
da Nadal, entre saque y saque, donde las nalgas se hacen
hendidura, es un toque excelente; más o menos es lo más
parecido a ese placer del deportista que se relame de gusto
al estar convencido de que ha llegado el momento de acabar
con el adversario. Y, claro, me rindo al poder de atención
que ha tenido que desarrollar el articulista hasta tener la
certeza de que semejante acción es sinónimo de victoria.
Eso sí, yo creo que De Prada tendría que no haber aireado
ese misterio, porque, dado los innumerables lectores con que
cuenta éste, seguro que a partir de ahora cuando Nadal
comience su rito, es decir, empiece a manosear su pantalón,
el partido irá decreciendo en interés. Ya que todos sabrán
que ni siquiera Roger Federer, un suizo que
juega al tenis con la precisión de un reloj de su tierra,
podrá evitar ya la irremediable derrota.
Por tal motivo, y por mi deseo de llevarle la contraria al
autor “De la vida imposible” o “Las máscaras del héroe”,
creo que Nadal se tocó el culo, en esta ocasión, como
dedicatoria a los muchos franceses que estuvieron todo el
tiempo tratando de ponerle nervioso y disfrutando con el
primer set donde Federer le daba una paliza al español. Y
gozaron de lo lindo con lo que les parecía que era el
principio de una derrota que el mallorquín merecía a fin de
bajarle los humos.
Cierto que la forma usada por nuestro campeón carecía de la
sutileza con que fue construido el ataque de Ronaldo
a unas palabras desgraciadas del presidente brasileño,
Lula, contra el jugador. Pero, de vez en cuando,
conviene recordarle a los gabachos, aunque sea echando mano
de gestos ordinarios, que si no quieren sufrir viendo ganar
a los tenistas españoles en su mítica pista de Roland Garros,
que la siembren de yerba, y sanseacabó. Y si no lo hacen,
pues ganas no les faltarán, es porque entonces el torneo se
convertiría en un remedo del gran Wimbledon. Y para los
chauvinistas, miren ustedes, ese mal trago no es posible.
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