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OPINIÓN - DOMINGO, 11 DE JUNIO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

El derecho a la (mala) educación
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

La actuales leyes de educación son un auténtico desastre y en eso estamos todos de acuerdo, en eso y en que, la moral pamplinosa de los gobernantes y autoridades consagra un “derecho” a la educación obligatoria que crea a auténticos objetores escolares.

No se puede “obligar” a un chaval de hasta dieciséis años a permanecer en un aula cuando se niega a ello y lo único que consigue es retrasar el funcionamiento de todo el grupo. También estamos de acuerdo con que, a esos objetores escolares de fatal comportamiento y nulo interés en su educación habrían de dárseles otras opciones y en muchos casos de alumnos excepcionalmente violentos y agresivos, ser sometidos a una terapia y a exámenes psiquiátricos capaces de determinar si, esa conducta, es derivada de algún problema mental grave que requiere una medicación.

Aquí en la península el problema de la violencia en las aulas y el de elementos indeseables escolarizados a la fuerza es una auténtica realidad. Y a esos elementos indeseables no se les gana con charlitas cursis y ayuda de psicólogos. Si hay fallos en el comportamiento puede que un profesional de la psicología sea capaz de aplicar una psicoterapia adecuada, pero si el problema es más profundo y toma el nombre de patología ahí es necesario el dictamen pericial de un buen psiquiatra y seguramente ayuda química.

No hay que olvidar que, los enfermos mentales, tan abundantes en nuestra sociedad, no han desarrollado su patología necesariamente a partir de la madurez sino que, muchos de ellos la arrastran desde la infancia y los maestros, excepcionales profesionales, no están capacitados para bregar con enfermos psiquiátricos y mucho menos capacitados para curarles. Eso si, en esta época excepcionalmente cursi y de profesionales de la buena conciencia en la que vivimos, al alumno conflictivo no se le puede expulsar automáticamente y poner en manos de médicos para que diagnostiquen, sino que, como mucho, se le cambia de centro o se le relega a un “aula de integración” compuesta por aspirantes a perdedores y elementos varios con idéntico desinterés por la educación.

El derecho a la educación es indiscutible, pero también lo es el derecho de los maestros e recibir el respeto necesario, impartir su magisterio en un ambiente adecuado e imponer esos conceptos que, desgraciadamente hoy parecen pasados de moda como son la urbanidad y la disciplina. Aquí en la provincia de Málaga se han dado casos de extremo mal comportamiento en la escuela y casos aún más dramáticos de padres que han agredido a los profesores que se han atrevido a recriminar la mala educación de los hijos, de lo que se deduce que, si los hijos, son unos indeseables, tienen a quienes parecerse porque, sus progenitores, son auténtica gentuza. En este supuesto de hijos violentos de padres violentos, el reproche moral es doble y la actuación de las instituciones ha de ser doble también porque puede, que el alumno conflictivo que procede de un entorno conflictivo, alejado de ese entorno fatal y retirada la patria potestad y tutela a los padres incapaces, ese chaval, pueda desarrollarse tutelado por las autoridades, en lugares como la ciudad de los niños, las aldeas infantiles o los pisos de acogida que existen en diversas comunidades autónomas.

Cuando un objetor escolar pasa a ser un elemento peligroso, se impone el diagnóstico del entorno familiar y social y si este es nefasto el chico puede que tenga como única oportunidad el ser radicalmente desligado de su entorno y de su ambiente y acogido geográficamente lo más alejado posible del centro del conflicto. Faltan derechos del niño sensatos y bien estructurados y derechos del adolescente que superen con mucho la almibarada ley del menor, llena de buenas intenciones pero a veces bucólica e irreal. Porque hay jóvenes que pueden ser reinsertables y reeducables, pese a haber cometido puntualmente un hecho delictivo, pero hay también auténticos cabroncetes multireincidentes y que tienden a la criminalidad y a esos no hay terapia que les “reeduque” porque se niegan a ser reeducados, para estos últimos dictamen pericial psiquiátrico por si nos encontramos ante psicopatías o trastornos bipolares tratables químicamente y una atención especial para que la mala manzana en el cesto no pudra al resto. He bregado mucho con jóvenes (me niego a llamarles menores, como si fueran niñitos) y he encontrado a gamberros recuperables con buena disciplina y a auténticos hijoputas víctimas de la dolorosa ausencia en nuestro sistema de buenos hospitales psiquiátricos infantiles y juveniles para curar a las criaturas. La madre de un hijo que apuntaba maneras de psicópata me dijo llorando “¿Y a un loco de catorce años adonde se le mete pa que le curen?” Y yo que sé señora. Falla el sistema. Muchos dengues para los criminales presos de ETA para que no se traumaticen, pero si tenemos un hijo o una hija enfermos mentales, no hay donde meterles ni quien se ocupe de ellos, por eso, por esa carencia terrible de medios, hoy podemos hablar del derecho a la educación y del derecho de determinados elementos incontrolados e incontrolables, a la mala educación. Esto es una mierda.
 

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