Hace tiempo que la línea roja nos da de plano en el corazón.
La mezcla de intereses políticos, nada democráticos, impide
que el diálogo tome razón de vida. Situarse en el límite de
la frontera, jugar a medias verdades, entre el decir hoy y
el desdecir mañana, no es serio ni otorga confianza alguna
para hacer política de Estado. Si todos queremos la paz,
escuchémonos y hagamos puesta en común. Lo importante no es
escuchar a los que han generado el terror, sino a los
martirizados por el terrorismo. Cada uno tiene su propia voz
y todas las voces debieran considerarse. Todas valen lo
mismo. Nadie se puede alzar con su representación. Hacer
partidismo resulta de lo más bochornoso. Lo cierto es que la
inmensa mayoría de víctimas coinciden en que, para creerse
el alto el fuego declarado por ETA, la banda debe entregar
las armas y en que la ley debe cumplirse estrictamente,
premisas ambas que han de darse antes de realizar diálogo
alguno.
El punto de partida es bien claro, mandar las armas al
destierro y que la ley cumpla con su palabra de ley. Esto
ya, por si mismo, sería comenzar a hablar de un lenguaje de
paz. De lo contrario, a mi juicio, lo ilegítimo queda fuera
de la legitimidad y, por ende, de la participación política
y de todo diálogo posible, puesto que las reglas de juego
exigen respeto a la constitución, marco jurídico ineludible
de referencia para poder entendernos y convivir. Claro que
nos gustaría ver gestos de paz y menos avisos amenazadores o
altaneros. Por supuesto que sí. Pero la paz no tiene precio,
por su razón de ser ya es clemente. Ahora bien, que un
diario abertzale como el Gara, nos sorprenda con una viñeta
en la que se entrelaza una rosa con la serpiente de la banda
terrorista ETA, nos deja como a la flor, perplejos, sin
esperanza ni aliento.
A pesar de tantos pesares, entiendo que debemos seguir
apostando por la paz, pero de manera paciente, sin
provocaciones. Oír a las víctimas es fundamental. Sólo
ellas, con sus propias miradas, nos pueden poner en el
camino de la reflexión, dando las treguas necesarias para
generar un clima de sosiego. La reconciliación requiere sus
tiempos, para no caer en una paz saturada de espíritu de
venganza. A un valor, sin fronteras ni frentes como es la
paz, que comienza en el interior de las personas hay que
darle, todos a una, su oxígeno y también sus pausas. Si a la
cultura del diálogo, pero desde el respeto y la estima. Con
el terror, al fin y al cabo, perdemos todos.
Estoy de acuerdo que han de encontrarse vías para dialogar.
Pero, ¡ojo!, sin condiciones ni condicionantes. A corazón
abierto, luego ya llegará la mano tendida. Si ha de mirarse
a algún sitio, insisto, que sea primero a los ojos de los
torturados. Siguiendo esta orientación, o esta gramática de
fundamentos, adelante. Sólo se pueden afrontar los problemas
de la convivencia y moverse hacia el mañana, respetando
escrupulosamente las reglas constitucionales. En una
sociedad como la española, democráticamente avanzada, los
caminos son más llanos; puesto que la protección de los
derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e
instituciones, está asegurada.
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