Sensibles a todo viento y bajo todos los cielos, como dijo
el poeta, nunca cantemos la vida de un mismo pueblo ni la
flor de un solo huerto. Por principio poético, pues, me
entusiasma que el universo de nuevos hogares dispuestos a
fraternizar, en plan ecuménico, crezca y se reproduzca con
el cuidado del amor que todo lo despierta y lo salva. María
Teresa Fernández de la Vega, a la que desde ahora nombro ama
de llaves de estos amorosos espacios, dio a luz desde la
torre del aire, pensando en que así se le oiría en todo el
mundo, que la casa de África ha venido al mundo,
desconocemos si con un pan debajo del brazo, pero ella está
pletórica, a pesar de que el Gobierno de Angela Merkel haya
calificado la política inmigratoria española como
"publicidad para las mafias". Sin pelos en la lengua, muy
segura la señora de la Vega, dijo que es voluntad firme del
Ejecutivo dar prioridad y consolidar su política africana,
en paralelo al aumento de la acción diplomática y la mejora
de las relaciones bilaterales. En esto coinciden con Juan
Pablo II, que siempre ha manifestado su predilección por
África. Por lo menos ya tiene este gobierno una aproximación
a los católicos, porque lo que es en el terreno educativo
está la cosa fea. Aunque bien es verdad que, con esto de los
proximidades, dicho sea de paso, hay que tener mucho ojito.
Hasta el punto que la verdadera sexualidad no crea que es el
simple acercamiento de los sexos –dijo Marañón-, sino el
trabajo creador del hombre y la maternidad de la mujer. Pues
con el continente africano pasa lo mismo. Necesita todos los
dones y cuidados, pero el trabajo creador de la justicia y
la materno-parental reconciliación, es la mejor manera de
colaborar en la esperanza de un pueblo, que ha de ser el
verdadero protagonista de su futuro, el auténtico actor y el
sujeto de su destino.
En esta dirección, la Casa de África, que ya tiene otras
dignísimas hermanas, por cierto no muy conocidas en
sociedad, la de América y Asia, pretende crear un foro para
actividades culturales, académicas, artísticas y
comerciales, que sirvan para desarrollar el entendimiento
entre la sociedad africana y la nuestra. En la misma línea,
también la Casa de América nació como uno de los proyectos
para la conmemoración del Quinto Centenario del Encuentro de
dos Mundos, inaugurándose en 1992 con motivo de la
capitalidad cultural europea de Madrid y coincidiendo con la
celebración de la II Cumbre Iberoamericana de Jefes de
Estado y de Gobierno. Y asimismo, en el mismo sentido
germinó la Casa de Asia con el objetivo prioritario de
promover y realizar proyectos y actividades que contribuyan
a un mejor conocimiento y al impulso de las relaciones entre
España y los países de Asia y del Pacífico, especialmente,
en el ámbito institucional, económico, académico y cultural.
Pensando que nuestra vida, la de todos, está en el aire
dando vueltas y revueltas, y que todos somos uno, estimo que
estas fraternas Casas deben tener ese calor de hogar
apetecible, para que puedan contribuir a que nos conozcamos
mejor, nos respetemos más y, de este modo, puedan caer los
muchos rascacielos del odio levantados por los humanos en la
tierra. Lo malo es que para fraternizar necesitamos tener
buenas mimbres. Para empezar, nuestra cultura actual vive
del pasado y la que despunta como vanguardista deshumaniza
más que humaniza. No sé hasta que punto está dispuesta
nuestra cultura a universalizarse, a fundirse con otras en
verdadera solidaridad, a hacer casa común y no isla, lo que
implica, comuniones y exigencias. Si un día pudiéramos decir
de verdad que estas Casas, las de África, América o Asia,
han servido para unirnos, para hacer familia y
familiarizarnos con otros cultos y otros cultivos, sería un
gran paso adelante; porque por ahora, mucho me temo que
están pasando sin pena ni gloria para la gran ciudadanía,
aunque ofrezcan un montón de actividades y tengan pulcras
intenciones de cultivarnos.
Se me ocurre pensar que estas Casas, todas ellas de creación
más o menos reciente, habría que darle más protagonismo y
nuevas responsabilidades, que no se quedasen en meras
instituciones de buen ver y mejores colocaciones, sino de
servicio constante y continuo. Siempre en guardia como los
verdaderos poetas. Podrían desarrollar un papel de órgano
consultivo para los gobiernos, conciliador para todas las
civilizaciones, otorgándole autonomía, medios y materiales
suficientes, para que realmente puedan fomentar debates en
libertad para todo el pueblo, diálogos de altura intelectual
y no mediáticos; capaces de propiciar, en definitiva, el
sano fomento del progreso cultural y la cooperación
internacional. Estoy convencido de que estos sabios lugares,
cuando se conviertan en verdaderas casas de la fraternidad,
de que pueden ser un puente maravilloso de hermanamiento.
Para contribuir a la edificación de un mundo más humano, no
hay que mezclar los intereses partidistas; hay que situar en
la cúspide, el reconocimiento y ejercicio efectivo del
derecho personal a la cultura.
Por ello, considero, que las nuevas Casas de la Fraternidad
son necesarias y han de crecer, tanto en cantidad como en
calidad, hay que ponerlas de moda como las terrazas de
verano, para que sus actividades contribuyan a un mejor
conocimiento de unos y otros, a fin de que conociéndonos se
puedan impulsar auténticos desarrollos. Todas ellas debieran
enraizarse a la Real Academia de la Lengua Fraterna,
lenguaje que yo invento ahora mismo, por aquello de limpiar
conciencias, fijar acervo solidario y dar esplendor a los
signos que salen del corazón. Con urgencia hay que poner
también una Casa de Fraternidad en cada barrio, porque hay
muchos que todavía no tienen techo; y en cada Estado, porque
hay muchos que aún no tienen libertad; y en cada océano,
porque hay muchos que se mueren de sed y hambre; y en cada
esquina del mundo, porque cada día también son los más, los
que viven con soledad en vez de con los vivos. Qué vivan, en
suma, con todos los honores de servicio estas Casas de la
Fraternidad del nuevo siglo, avivando el culto a la cultura
fraterna. Qué vivan.
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