No hace falta ser muy inteligente
para darse cuenta de que estamos viviendo unos momentos muy
difíciles porque los políticos han decidido dividir a España
en los dos bandos que siempre terminaron con las armas en
las manos y cometiendo canalladas que sólo el animal
racional suele deleitarse en ellas. Tengo la impresión, dado
lo que vengo oyendo y leyendo, de que a los políticos no les
mueve más que el deseo de mandar y, con tal de llegar al
Poder, estiman que todos los caminos son buenos.
De no ser así, ¿cómo es posible que Ángel Acebes haya podido
decir que el proyecto del Gobierno es el de ETA? O bien las
palabras de ese senador del PNV, de cuyo nombre no debo ni
quiero acordarme, con las que nos recordaba que “quienes no
son nacionalistas ni quieren a los suyos ni tienen derecho a
vivir”.
Con estas declaraciones, entre otras muchas que pululan, en
estos momentos, España se ha convertido en un país donde hay
ya personas que viven preocupadas por algo tan esencial como
es levantarse una mañana y encontrarse con el tío del tambor
redoblando consignas para que sus enemigos sean paseados por
la orilla del mar de las tinieblas.
Los políticos están jugando con fuego, estimulados por su
egoísmo y azuzados por quienes defienden a capa y espada
intereses de editoriales, aunque en el empeño haya que poner
a los españoles en ese trance de odios desenfrenados que
conducen irremisiblemente hacia la perdición. No
escarmentamos.
El riesgo que están corriendo socialistas y populares, con
sus enfrentamientos cainitas, es de una magnitud que obliga
a no descartar que sea la situación propicia para que suceda
cualquier atrocidad que desate las pasiones y dé rienda
suelta a los peores instintos de los hombres.
No exagero. Por más que los tiempos que corren sean,
afortunadamente, tan distintos a aquellos que aún añora
alguien que se acuerda de lo benéfica que fue la dictadura y
así lo ha expresado en el periódico que le dejan escribir.
Lo cual demuestra las ventajas que nos ofrece la democracia.
Decía Pablo Sebastián, en su artículo del martes
pasado, en la Estrella Digital, que la lucha feroz entre la
izquierda y la derecha, y la de los nacionalistas y
autonomistas, está pidiendo a gritos la aparición de un
partido de centro, cual lo fue en su día la UCD. Y remataba
su opinión más o menos así: “que lo que está ocurriendo es
consecuencia de la posición conservadora del ultimo Gobierno
de Aznar; del cataclismo político y electoral,
causado por las masacre madrileña del 11-M; y, desde luego,
por la aventura iniciada por el Gobierno de ZP,
acompañado por un nacionalismo radical, para forzar la
reforma de la Constitución y el modelo territorial del
Estado. Y, sobre todo, por las conversaciones con ETA”.
Pues bien, a pesar de que ZP se haya metido en varias y
complejas situaciones que le están costando un enorme
desgaste político y personal, se echa de menos la presencia
de un partido capaz de actuar con moderación pero con
firmeza; con sentido de Estado pero sabiendo que las leyes
las hacen los hombres y están para cambiarlas; y que el
diálogo, que no la rendición ni la entrega, es el único
camino que existe para evitar que unos terroristas sigan
matando y causando el mismo dolor que embarga, y seguirá
embargando, a los familiares de quienes fueron asesinados
por los canallas norteños.
El PP, por sus prisas en volver a recuperar el Poder, cuanto
antes, no está, actualmente, en las condiciones necesarias
para hacer más llevaderas las acciones emprendidas por un ZP
que, justo es reconocerlo, está demostrando que tiene más
valor que el Guerra -me refiero al torero-. Porque
loco, como apuntan algunos, no creo que esté.
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