Cuando sonó el despertador a las
ocho de la mañana, que es la hora en que, cada día me voy a
andar mi esposa a la que tú tanto apreciabas, me ha dado la
noticia: Andrés, Rocío ha muerto.
Una noticia que a pesar de ser esperada todos los que te
queremos, ante tu estado de salud deteriorándose a cada
momento, siempre, albergamos la esperanza, que es lo último
que se pierde, de que nunca fuese noticia.
Tu corazón, de paloma brava, se resistía a pararse en una
lucha a brazo partido con la muerte. Una lucha en la que
pusiste todos tus esfuerzos por ganar, con esas fuerzas que
tienen todas las mujeres bravas, de corazón indomable, que
se aferran al hilo de la esperanza, aún sabiendo que en esa
lucha se tiene, siempre, las de perder.
En silencio me he puesto a andar y en ese caminar, mientras
dos lágrimas rebeldes rodaban por mis mejillas, mi
pensamiento ha volado años atras recordando todas las
vivencias que hemos tenido juntos y que hicieron que nuestra
amistad, cada día, saliera más reforzada hasta convertirse
como bien díjiste, aquel día en la Hipica, en algo
fraternal.
Mis pensamientos se han ido, hacia aquel día en que por vez
primera te conocí junto a tu madre en el hotel La Muralla.
Aquella mujer, joven aún, que te acompañaba a todas partes
cuidando los más mínimos detalles, en cada una de tus
actuaciones.
Estabas empezando y, aunque tu nombre tenía cierta
importancia, en el mundo del espectáculo, aún no habías
conseguido la consagración definitiva que te llevaría, en el
tiempo, a ser la mejor, la número uno.
Y recuerdo cuando ya eras una figura consagrada y volvías a
Ceuta a cantar, como hablando en el camerino, donde tantas y
tantas horas nos hemos pasado contándonos cosas, algunas muy
íntimas, siempre me decías que querías a Ceuta con toda el
alma porque, Ceuta, había sido para ti, ese trampolín que te
había lanzado a la fama.
Podíamos contar mil y una anécdota, pero sólo vamos a
recordar, la noche aquella en la caseta del Rebellín cuando
ye empeñastes en que te buscara un clavel.
No había forma de encontrarlo ni salir a buscarlo porque la
actuación se iba a iniciar. Lo que son las cosas, cuando
habiamos decidido desistir del asunto, una chica, una buena
amiga, Marisol, que hace años voló al cielo, donde seguro te
la vas a encontrar, tenía un clavel en sus manos, rápido te
dije, pídeselo y tú me preguntastes ¿me lo dejará?. Marisol
te dejó el clavel y tú le dediscastes la canción, haciéndo
cantar a ellas y su amiga
Terminada la canción, mientras te aplaudían, me acerqué a
darte un pañuelo, y muy bajito me dijiste “¡Andrés, cómo
canta la niña esa!”.
Podríamos contar muchas más anécdotas, de las que hemos
compartidos, pero sería un constante hablar de la gran
cantante Rocío Jurado, de la mejor, de las más grande.
Rocío, en cada una de sus actuaciones, nunca tenía medida
del tiempo. A ella le daba igual que llegado el momento le
“marcase tiempo”, que quiere decir que ha cumplido lo
contratado y puede poner punto final a su actuación.
Marcarle tiempo a Rocío, si se encontraba a gusto, era una
perdida de tiempo, no te hacía el menor caso y seguía
cantando una trás otra todas las canciones del repertorio y
las que no estaban en el mismo. Y si el público quería más,
Rocío, se ponía a cantar fandangos a capela.
Le daba igual el tiempo que tuvíese que estar en el
escenario. Ella se entregaba al público dando todo lo que
tenía, sin reservarse nada. Por eso, el público siempre le
ha respondido con el cariño y la admiración de quien, por su
total entrega a su arte, ha sido merecedera de las mayores
ovaciones.
Pero, hoy, me apetece mucho más hablar de mi amiga, Rocío
Mohedano Jurado, mi particular chipionera, no como cantante
sino, simple y llanamente como persona.
Porque sí como cantante siempre serás a mejor, la única, la
inigualable, capaz de tocar todos los palos además de la
copla española, como persona eres mucho más grande que como
artísta. Y mira que como artísta eres única y ante tu arte
indiscutible hay que inclinarse y decir chapó
Mujer sencilla, amable y todo corazón. Un corazón tan grande
que era imposible comprender cómo te cabía e el pecho.
Rocío, seguía siendo esa chipionera, que corría por las
calles de su adorada Chipiona soñando, mientras cantaba a
las flores y a los pajarillos, que un día sería artísta y
volvería triunfante a recorrer las calles de tu Chipiona
natal, volviéndole a cantar a las flores y a los pajarillos
porque, en definitiva, Rocío, jamás fue otra cosa que una
andaluza de Chipiona.
Juguemos, Rocío, con el tiempo como si fuese una ola que nos
trae a la orilla de la vida cuando nacemos y que nos viene a
recoger devolviéndonos al mar de los sueños.
Caseta del Rebellín. Nació en Chipiona, tierra con sabor a
mar y runrrun de caracolas /..... Y hasta en el cielo un
lucero se ha parado / Para escuchar de cantar a ¡¡Rocío
Jurado!! .
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