Mira, Antonia María,
ayer, cuando el metijón me puso tu nombre en el tercio del
comentario, comprendí que estaba ante la mejor ocasión para
hacer bien la suerte de contarte algunas cosas que estaba
deseando que supieras. Si bien por encima. En vista de que
la columna da para para lo que da y porque tampoco conviene
ser catastrofista. Y todo porque hace ya mucho tiempo que
hemos carecido de la oportunidad de sentarnos y pegar la
hebra durante un buen rato. Aunque, conociéndote y sabiendo
la fe que tienes en tus posibilidades, tengo la certeza de
que ninguna de mis indicaciones te habrían parecido dignas
de ser tenidas en cuenta. Eso sí: reconozco que algunas, al
menos, te habrían puesto a cavilar.
Mira, Antonia María, contestaba yo ayer a pregunta del
metijón de qué manera estás tú rodeada de enemigos que andan
afanados en prepararte la trocha por la cual pudieras
alejarte de la sede sita en la calle de Daoíz, para que
nunca más puedas regresar. Lo cual no es ninguna novedad.
Aunque no es menos cierto que tales enemigos están,
actualmente, redoblando sus esfuerzos para ver si es posible
quitarte de la circulación como candidata a la presidencia
en las próximas elecciones.
Mira, Antonia María, tú bien sabes que hay victorias que son
consideradas pírricas. Es decir, que el bando victorioso
gana lo que se suele llamar un premio de consolación y, sin
embargo, recibe por su entrega en la batalla un excesivo
castigo. Premio de consolación es lo que andan diciendo, las
malas lenguas, que tú has ganado al enfrentarte a
Jerónimo Nieto y conseguir su destitución. Y que
a cambio el Gobierno ha enviado a otro delegado con la
cartilla bien aprendida en lo tocante a cómo debe hacerte
comprender que tu fuerza es la que es y que no podrás
arrogarte ni un adarme más de poder.
De momento, estimada señora Palomo, ha habido un gesto de
Jenaro García-Arreciado que te habrá hecho
meditar y hasta puede que haya sido el primer sapo de los
muchos que te puedes tragar durante la etapa del nuevo
delegado del Gobierno. Me imagino, porque me consta tu
temperamento y coraje y lo mucho que has trabajado en el
partido, que no cogerás el sueño pensando en las razones que
habrá tenido el político onubense para lucir en su toma de
posesión al hombre que tú no puedes ver ni en pintura:
Juan Vivas.
Mira, Antonia María, no te niego que me gustaría conocer tu
opinión acerca de ese gesto que tuvo el delegado para que el
presidente de la Ciudad cerrara el acto del relevo en la
plaza de los Reyes. Porque seguro que, si fuiste testigo de
la cosa, se te revolvería la bilis y hasta me atrevo a decir
que estuviste en un tris de gritar ¡fuera, fuera, fuera!...
Porque lo que tú menos podía esperar es que tu compañero de
partido te refregara por la cara la importancia que él le
concedía al hombre a quien le vas a disputar, si no ocurre
un cataclismo político, unas elecciones.
Me pongo en tu lugar, secretaria general de los socialistas
de Ceuta, y pienso que el detalle de Jenaro con Juan te
entraría por el cuerpo como un estilete que a su paso te
iría destrozando todas las ilusiones que has ido tejiendo en
tu organismo con el paso del tiempo. Una putada, en toda
regla, es lo que te han hecho, estimada amiga, según versión
de un conocido a quien no le caes mal.
De todos modos, señora Palomo, debes pensar en la parte
positiva. Verás, visto el detallazo que tuvo el delegado del
Gobierno con el presidente de la Ciudad, y analizado
fríamente y con aires de futuro, podría decirse que Vivas
picó el anzuelo de una carnaza que nunca debió degustar. Un
consuelo menor. Pero, a fin de cuentas, consuelo.
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