Una profunda conmoción; una
sensación de pesar generalizada ha recorrido todas y cada
una de las calles, plazas, barrios de todas y cada una de
las poblaciones de España. ‘La más grande’, el chorro de voz
más límpio y potente que ha dado este país, nos ha dejado a
todos huérfano.
Rocío Jurado fue la más grande en su género que nunca morirá
porque nos deja muchas cosas. No nos cansaremos de oir su
voz, de un timbre especial que impregnaba todo con su
flamencura.
Rocío Jurado visitó Ceuta en numerosas ocasiones. No han
sido pocas las Fiestas Patronales en las que su voz inundó
el cielo ceutí ante una audiencia volcada y embelasada con
su torrente allá donde se encontraran esos escenarios
montados por el grupo de Fernando Miaja.
El parador La Muralla era su cobijo favorito cuando pisaba
nuestra tierra. Con esa personalidad tan arrolladora que
transmitía, eclipsaba todo espacio por donde se movía.
Los ceutíes que han tenido la suerte de contemplarla sobre
un escenario y han tenido la ocasión de oir tan
impresionante voz, plagada de texturas y de excelsas
tonalidades, no olvidan nunca esos momentos sobre las
tablas, al acabar el repertorio comercial de sus últimas
producciones musicales, cuando se ‘arremangaba’ el vestido,
se sentaba sobre sobre esa silla típica en Andalucía y
comenzaba a soltar esos fandagos, o esas alegrías como sólo
ella era capaz que ponían la piel de gallina.
Era esa cantante de la copla de finales del siglo XX que
enamoraba y lograba esa mezcla perfecta entre los sonidos
musicales y el arte de la tauromaquia. Puso alma y
sentimientos, amor y desamor, cantó a la vida y se enamoró
del torero de arte, metódico y de verdad.
Dijo Ortega Cano: “Los toreros del cielo ya tienen quien les
cante”, y no le falta razón.
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