Si de algo puede jactarse la hoy
Ciudad Autónoma de Ceuta -no sólo en estos últimos años,
sino a lo largo de toda su historia- es de una clara
demostración permanente de lealtad y fidelidad a España.
El orgullo con el que los ceutíes nombran la palabra España
sólo es comparable -en nivel- con el que se percibe en
Melilla. Es cierto que en no pocas comunidades del país,
España, no es sinónimo de represión y de centralismo
arcaico, sino la casa común de todos.
Es bueno. Mejor dicho, sería bueno recuperar la palabra
España como punto de unión de los españoles que se sienten
como tal y de los ‘españoles’ que sólo se sienten catalanes,
vascos, valencianos o gallegos. No debe ser considerado
vergonzoso emocionarse con el significado de la palabra de
referencia. Eso no debe conllevar, ni mucho menos, la
consideración ni el estigma de la extrema derecha quienes
-craso error- relamieron tanto el sentido de España y de la
esencia de la Patria que aún hoy en día muchos reculan ante
el hecho real del significado de España como sentimiento
común.
Y todo ello viene a colación por la escenificación sincera
que ayer protagonizaron los delegados del Gobierno de Ceuta
(saliente y entrante) y el presidente de la Ciudad Autónoma
en el acto de toma de posesión del onubense García-Arreciado
como responsable en Ceuta de la Administración General del
Estado.
Se habló de lealtad institucional y de la necesidad de una
Ceuta de futuro, plural, diversa culturalmente, con enfoques
dinamizadores de la realidad social que redunde en el
beneficio general de los ceutíes por encima de colores
políticos.
Esto que puede ser claramente una declaración de intenciones
modélica en acto tan pomposo, debiera convertirse en la
cotidianidad del quehacer diario de ambas administraciones
aunque sólo resten doce meses para medirse en duelo
electoral.
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