En la tierra de nadie la palabra ha perdido peso, aunque
ahora haya ganado difusión. Total para nada. Primero fue
oprimida por los poderosos que enviaron a la hoguera al
libre pensador. Después llegaron las tijeras de la censura.
Ahora tenemos lenguajes que se propagan a la velocidad de
luz, pero que nadie los tiene en cuenta. La palabra, sin
duda, ha perdido gravedad liberadora. La modernidad es
también irrespetuosa, ya no sólo con las raíces, también con
la propia voz de las gentes. Mi diagnosis es que el estado
democrático convirtió a los demócratas en acérrimos clientes
y el estado social en egoístas consumidores, donde todo vale
a cambio de unas migajas de poder. La palabra no cuenta para
nada en este poder selectivo y alicatado, jerárquico hasta
la médula, lo único que importa es la potestad de
movimiento, de hacer y deshacer cosas, en plan chulesco como
el rey de la selva.
Hemos vuelto para atrás. Todo lo irracional ha tomado
posiciones. En general, el gasto militar continúa subiendo.
El gasto total mundial para fines militares alcanzó en el
2005 los 1.118.000 millones de dólares. Los datos proceden
del libro anual del 2006 publicado el 12 de junio por el
SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute). La
ley, al igual que la palabra, sufre continuas y constantes
violaciones en un mundo de horrores, un tanto desequilibrado
y paradójico. El hombre moderno de hoy, pues, aparte de
perder estilos humanos, considero que también ha perdido el
respeto por si mismo. La personalidad singular es un cuento
que no tiene sitio en esta atmósfera macabra donde la
revancha es el argumento. Como la docencia no funciona, la
decencia está aletargada. Lo único que ha ganado entidad en
esta piel de inciviles civilizaciones son los maleantes, los
que han hecho del delito su profesión laboral y que, por
cierto, viven en España a cuerpo de rey y sin pasar por
Hacienda. El mal campea a sus anchas y eso no es bueno para
nadie. Rubrica nuestra propia destrucción. Al bucear por el
mar de los dolores actuales, servidor siente verdadero
pánico. De que alguien por capricho te destroce la vida. De
que alguien por azar te robe las sonrisas. De que alguien
por divertimento te ningunee. De que alguien porque le ha
dado la real gana te mande al otro barrio sin acuse de
recibo o sin sello de vuelta. Todo este desorden necesita un
buen remojo de poner al día el patrimonio común de los
valores morales en una ciudadanía pasiva, que todo le
resbala, hasta poner en buen recaudo la lógica del amor. Si
la palabra hoy no tiene fundamento, aún menos la gramática
de la ley natural. Ya se sabe lo que se dice: En el país de
los ciegos el tuerto es el rey.
Sin embargo, nadie debiera eximirse del esfuerzo en la lucha
para vencer el torrente de males que nos bañan, unas veces
el iris al levantarnos y otras el corazón al citarnos con el
silencio frente a frente. Si hubiese más amor y menos
intereses, estoy seguro que todos saldríamos ganando.
Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales, pues su
brutalidad supera a la de éstos –subrayaron en varias
ocasiones destacadas gentes de palabra honda y corazón
auténtico- La aire de crueldad que generan algunas mentes,
son a veces de una saña tan cruel que supera a todas las
fieras. Por desgracia, en la pura y dura realidad del
momento presente, de los constitucionalismos vociferantes,
los derechos fundamentales de la persona humana son más de
papel que de vida, dormitan más en la ley, que viven en la
vida de cada ser humano por el mero hecho de existir.
La razón ya no es la razón en su estado puro. Como si las
patologías se hubieran instalado en el intelecto, el peligro
se ha convertido en un diario que resulta
extraordinariamente preocupante. Ante este chaparrón de
males, donde la maldad es lluvia que envenena, el reclamo de
los humanos es una necesidad, sobre todo la de aquellas
personas de pensamiento que tienen en su alma la cátedra de
la libertad y de la justicia como firma de sus actos.
Actualmente la palabra ha perdido todos los sentidos,
también el democrático como actitud de vida; todas las
direcciones, incluido el de unidad como actitud de
esperanza; todas las magnitudes estéticas, incluida la
sensatez en la visión del mundo y de la vida
Esto hace que uno se pregunte, quién es quién, y los hay que
luchan por hacerse uno para los demás. La verdad es que cada
día son los menos en este mundo de jaulas. La duda me
invade. Y me pregunto: ¿Qué es ser ciudadano en un mundo de
poderes, que podan las verdaderas palabras, no llaman a las
cosas y a las cuestiones por su nombre, hacen diferencias
entre humanos o aplican la dictadura del relativismo? ¿Qué
reglas de vida son estas? Sería bueno recordar de vez en
cuando, que una vez terminado el juego, tanto el rey como el
peón, vuelven a la misma caja.
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