Decíamos aquí el sábado,
que tanto Rodrigo Rato como Alberto Ruiz-Gallardón
son dos políticos que han entendido perfectamente de
qué manera han de comportarse para conseguir que muy
pronto José Luis Rodríguez Zapatero sea
conocido por ser un ex presidente dedicado, en
cuerpo y alma, a ser consejero de esa cosa que se
han inventado los políticos para que los ex
presidentes no se aburran y les dé por andar
continuamente poniéndole zancadillas al inquilino de
la Moncloa.
Pues bien visto, no todos los ex presidentes pueden
terminar gozando de las amistades de los ricos y
ganando dineros a espuertas por haber decidido, en
su justo momento, que ponerse a la diestra de
Bush podría ser contraproducente para su partido
pero nunca para sus intereses particulares. En ese
aspecto, nadie puede negarle a Aznar que miró
hacia un horizonte lejano donde acabaría por
codearse con los magnates de todo lo que produzca
pasta gansa y, por tanto, poder a raudales.
Un conportamiento, digan lo que digan los
admiradores de Aznar, que en su día no supieron
digerir ni Rato ni Ruiz-Gallardón. Y que desde
entonces tratan, cada uno a su manera, de ir
perfilándose como candidatos que están mucho más en
la línea de lo que quiere esa mayoría de españoles
que sigue dándole más de tres puntos de ventaja al
PSOE, según la reciente encuesta del CIS.
El último enfrentamiento que se está produciendo en
el PP es como consecuencia de que los homosexuales
de su partido han empezado a querer casarse y,
lógicamente, los hay que quieren hacerlo a lo
grande. O sea que la ceremonia cuente con un
oficiante de la categoría del alcalde de Madrid.
Algo que han conseguido José y Manuel, que
por lo que deduzco no deben ser unos pelagatos en
Génova.
Y allá que ha saltado como un resorte el diputado
del PP y secretario general del Grupo Popular en el
Congreso de los Diputados, Jorge Fernández Díaz,
acusando de “desleal” al alcalde de Madrid por
haberse éste comprometido a casar a los ilusionados
novios. Y lo hace aclarando que el PP votó en el
Parlamento en contra de la ley que permite el
matrimonio entre personas del mismo sexo y recuerda
que esa ley está recurrida por creer que es
anticonstitucional. A mí me da en las pituitarias,
créanme, que el diputado Fernández lo que siente es
cierto vértigo cada vez que le toca mirar a Ruiz-Gallardón
y se percata de que nunca podrá llegarle a la altura
de los zapatos. ¿O acaso no cae en la cuenta del
enorme favor que el alcalde madrileño le está
haciendo a su partido para que mucha gente no huya
despavorida al comprobar que muchos de sus
dirigentes viven anclados en un tiempo perdido y que
nunca volverá?
La ley está ahí, y mientras no sea derogada, si es
que así sucede, los políticos han de ser respetuosos
con ella y luego, si son tan católicos como proclama
el tal Fernández, que acudan rápidamente al primer
confesionario que encuentren más a mano para
confesar su acción como no ha mucho se confesaban
los despendolamientos sexuales o el darle matarile
al prójimo.
El problema que está afrontando Ruiz-Gallardón,
nunca mejor dicho con gallardía, me invita a pensar
que hace ya un tiempo le preguntaron a Vivas si se
atrevería a casar a una pareja de homosexuales, a
pesar de lo mal que estaba visto en el PP. Y el
presidente no dudó en responder que él, si la
ocasión se presentaba, no tendría la menor duda en
cumplir con lo estipulado por la ley. Pero esas
declaraciones, con la que se ha armado en su
partido, y después de ir el presidente a Valencia
cuando lo de Benedicto XVI, me parece que ya
las habrá borrado de su memoria.
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