Me llama un señor muy enfadado,
para decirme que no está de acuerdo con lo que he escrito de
que me da, exactamente, igual sea quien sea, quien gane las
elecciones. Esta es una opinión, por supuesto, personal e
intransferible y como todas las opiniones, vengan de donde
vengan, son dignas de respeto.
Cada quisqui es libre de opinar lo que le venga en ganas
siempre dentro del juego democrático y, sin que nada ni
nadie quiera imponerle hacia quién o hacia dónde debe
dirigir esa opinión
El hombre, todo acalorado, lógico con el tiempo que está
haciendo, que se “acalore”, más que decirme, me grita: ”aquí
todos tenemos que votar al Partido Popular que es el mejor
para nuestra tierra”. Opinión muy respetable que no tiene
porque ser compartida más que por los que estén de acuerdo
con ella.
Nunca me ha gustado queme griten porque, yo, jamás, a lo
largo de mi vida, le he gritado a nadie.
Me armo de paciencia y pienso otros alfalfa, en buscar la
mejor solución para contestarle al señor.
La primera solución, que se me viene a la cabeza, es la
demandarlo a hacer puñetas. La rechazo porque, eso, sería
ponerme a su altura. Así que me decido por la segunda,
escucharlo decir lo que quiera hasta que se le acaben los
argumentos que defiende con tanto ardor guerrero. Pues como
dijo el Guerra, no Alfonso sino el otro: “hay gente pá tó”.
El hombre me lanza un discurso de tal defensa y de todo lo
que han hecho, por éste pueblo los populares, que si le
llegan a escuchar, en la sede del partido, con toda
seguridad que le proponen, cómo muy poco, para ministro caso
de ganar las próximas elecciones generales.
Terminada, en su primera parte, su ardiente perorata en la
defensa y los grandes logros de su partido decide, gracias a
Dios, tomarse un respiro, lo que me vale para recordarle que
estamos en un Estado de Derechos y de Libertades por lo
cual, cada quisqui, puede votar al partido que le venga en
ganas y que, por supuesto, el voto es secreto, personal e
intransferible.
El tío, por lo visto, tiene cuerda para rato e insiste en
darme la tarde, largándome todo su rollo macabeo sobre el
mismo tema. Ardor guerrero el que pone el muchacho en la
defensa de sus creencias.
Como se estába poniendo pesado, decidí decirle, que sí que
todo era muy bonito, que le deseaba a él y a su partido,
toda la suerte del mundo, en las próximas elecciones, pero
que no podía perder más el tiempo y, por tanto, le iba
cortar la comunicación.
Oiga, amigo guardia, éste fulano, porque señor no le puedo
llamar, entendió que la mejor forma de que le escuchara era
lanzándome un par de tacos.
Enormemente peligrosos son todos estos parásitos, cuya línea
de actuación está fuera de las mínimas reglas de la
educación.
Como ya he escuchado bastante y no tengo porque soportar, a
esta clase de personajillo, le corto la comunicación,
enviándole a peinar calaveras de camellos viudos al
desierto.
No le debió hacer mucha gracia al lugar donde le había
enviado y el trabajo a realizar porque, apenas había
colgado, sonó de nuevo el teléfono y la voz del personajillo
se dejo sentir.
En esta ocasión, me dio la sensación, no extraña, que si le
cogen, en ese momento, conduciendo y le hacen soplar el
aparatito de marras, pierde todos los puntos de su carné e
incluso los de los familiares más cercanos.
Cuelgo el auricular, veo el número marcado en mi teléfono y
pienso en llamar al mismo para saber con quién he estado
hablando.
Una leve sospecha, recorre mi cerebro, de que la voz me era
conocida, que la había escuchado antes. Así que decido
armarme de paciencia, echar mano a la guía y buscar el
número de marras.
El asunto me llevo cerca de quince minutos y cuando, por
fin, lo encontré mis sospechas se convirtieron en realidad.
Había acertado de pleno.
Marqué el número y una voz “trapajosa” me contestó. No le
dejé seguir. Le llamé por su nombre, al tiempo que le
recordaba que era una de aquellas personas que se pasó
muchas noches insultándome cuando la aparición del GIl que,
nosotros, combatimos con todas nuestras armas.
El hombre no se acordaba o no quería acordarse de aquello, y
de cuanto ”largó” del Partido Popular y de sus componentes
mientras, junto a sus familiares, repartía videos, del GIL
por las casas de Ceuta. ¡Que desmemoriado son algunos!.
Y más desmemoriados se vuelven cuando, el Partido Popular,
en agradecimiento a cuanto ”largaron” le colocan a un hijo
en un buen puestecito ganando una pasta gansa.
Por cierto, que el chaval se ha convertido, en uno más de
los de la gorra y el pito con mando fastidiando, desde ese
puestecito, a algunos pequeños empresarios.
No me quiso escuchar, me colgó el teléfono, pero esta
historia, la del chaval de la gorra y el pito con mando,se
la cuento un siglo de estos. Ahora, como cada quisqui, me
voy de feria.
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