Menos mal que me quedan pocos días
para tumbarme a la bartola durante el tiempo que yo
considere oportuno. Algo que ando deseando no sólo porque en
todo trabajo hay que descansar, sino porque la cosa está que
arde en todos los sentidos. Y es conveniente tomarse un
respiro para no caer en la tentación de opinar sobre lo que
viene sucediendo en Oriente Medio o decir que uno no cree
que Zapatero sea nuestro Fausto y haya pactado con
Mefistófeles.
Sobre lo primero, es decir, en relación con el odio eterno
que se han jurado palestinos y sionistas, hay que andarse
con mucho tiento; pues si a uno le da por recordar la
declaración de Balfour de 2 de noviembre de 1917, tras
haberla leído minuciosamente, no le queda más remedio que
hacer de Matías Prats y gritar lo de la ‘Pérfida Albión’. Y
entonces seguro que ya habrá alguien que me tache de
antisemita y muchas más cosas. Por ejemplo: de pensamiento
débil por no entender que lo que haga o diga Bush es lo más
acertado y lo que más le conviene a Occidente.
Que hay que bombardear Irak, se bombardea; que hay que
arrasar el Líbano, se arrasa; que la demografía dice que son
ya muchos los nacidos en Siria e Irán, pues a por ellos... Y
así, diciendo amén a todo lo que preconice el emperador
texano, uno tiene la seguridad de que no lo motejarán de
tonto con balcón a la calle; ni recibirá una andanada de
groserías, a gusto de los consumidores; ni será comparado
con Moratinos.
Aunque deseo aclarar, cuanto antes, que no me importaría lo
más mínimo parecerme al ministro de Asuntos Exteriores en lo
tocante a saber lo que sabe él acerca de ese Mediterráneo
Oriental donde se cuecen todas las tropelías del mundo, para
que éste ande siempre revuelto y necesitado de la mediación
de los señores que alientan la guerra y luego procuran
treguas acordes con sus necesidades políticas y económicas.
Lo malo de todo ello es que, cuando menos se espera, surgen
los terroristas y nos llenan de sangre, dolor y muertes... Y
ahí volvemos a caer en las redes de unos y de otros. O sea
que es la pescadilla que se muerde la cola. En fin, que lo
mejor es lo que yo voy a hacer; irme de vacaciones para no
caer en la tentación de meterme en un campo de minas donde,
antes o después, te explota incluso la que tienes localizada
pero que un día te olvidas de ella y la pisas y: ¡pum!...
En relación con Zapatero y su pacto diabólico, se ha
convertido en una pesadez de tomo y lomo. No hay día en el
cual los opinantes no le busquen al presidente
incongruencias y maldades que uno creía que ya no se
llevaban en los tiempos que corren. Y, sobre todo, nunca
antes las figuras retóricas se han visto tan en boga como
ahora. Con el presidente del Gobierno los columnistas hacen
un uso exagerado de las paradojas, las contradicciones, las
antítesis... Y, desde luego, los sofismas se han puesto de
moda.
Lo que no encaja, de ningún modo, es que el presidente sea
tonto y listo, ignaro y sapiente, auténtico y falso,
fláccido y duro, falaz y verdadero, meticuloso y negligente,
pusilánime y valiente, frívolo y formal, etc. Porque, de ser
así, más que un presidente lo que estaría gobernándonos a
los españoles es un auténtico demonio. Un ser sobrenatural.
Dispuesto a hacer en todo momento lo que le salga de los...
cuernos retorcidos con que suelen pintarnos a ciertos
demonios. Y se impondría, a la mayor brevedad, un exorcista
de mucha altura para que le sacara de la barriga las tripas
que ha de tener por estrenar. A ser posible uno recomendado
por Acebes. Ahora bien, si ZP vuelve a ganar las elecciones,
ya me dirán ustedes si no es para pensar que quienes han
hecho un pacto con Fausto son los españoles que no pueden
ver a Zaplana ni en pintura.
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