El polideportivo de Zurrón es un
escenario que estoy obligado a ver cada día. Vivo frente a
él y por cualquier balcón de mi vivienda que me asomo se
pone ante mí. Pero hasta antier no caí en la cuenta de que
lo han adecentado y que ha quedado la mar de bien. La verdad
es que le hacía falta un lavado de cara.
Hubo un tiempo en el cual este polideportivo gozaba de un
magnífico ambiente. Yo lo recuerdo repleto de aficionados
que acudían a presenciar diferentes competiciones
deportivas. A lo mejor es porque contaba con el mejor
animador deportivo que ha dado Ceuta: Pepe Benítez. Sea como
fuere, el domingo me pasó con el polideportivo como suele
ocurrir cuando se está haciendo limpieza de cajones y se
encuentra un papel que te introduce en el túnel del tiempo y
ve una época de tu vida con total y absoluta nitidez.
Estaba comprobando esa especie de remozamiento que han
dejado el escenario deportivo en perfecto estado de revista,
cuando de la alacena de la memoria empezó a pedir paso un 18
de julio de 1982. Lo demás fue coser y cantar. Ese día
arribé yo a Ceuta, contratado como entrenador, y lo primero
que hizo mi acompañante, después de que dejara mis bártulos
en el hotel La Muralla, es llevarme a ver un partido de
fútbol sala al polideportivo de marras.
Ni que decir tiene que era un julio caluroso, no sé si más
que el actual, pero lo que sí puedo asegurar es que a las
doce de la mañana de aquel año, pocos sitios había en la
barriada de Zurrón donde protegerse de la que estaba
cayendo. Actualmente es bien distinto, pues se ha ido
construyendo alrededor de la barriada primigenia y toda la
zona presenta un aspecto de manzana importante. Si bien ya
no se cuenta con los extraordinarios servicios de ese
animador que tanto bien hacía a los jóvenes del lugar.
Pero metido ya en faena, sigo pensando que al día siguiente
de ese 18 de julio del año 82, comencé yo la pretemporada al
frente de la Agrupación Deportiva Ceuta. Y descubro que el
Murube está recién sembrado y que no había campo donde
entrenar. Nos cedieron, con limitación de hora, el José Benoliel. Un terreno de tierra, donde si alguien se caía era
baja para una semana. En aquel equipo no había ni ayudante,
ni preparador físico, ni entrenador de porteros, ni nadie
que pudiera distraerme a mí en los momentos de aburrimiento.
Bien es cierto que yo en Ceuta nunca me aburría. Lo mejor
que tuve a mi vera, en aquella pretemporada, fue a Juan Barrientos, médico del club y persona que estuvo siempre
atenta a darme su apoyo y puso sus conocimientos
profesionales al servicio de la plantilla. También su
hermano. Las pretemporadas nunca me gustaron. Aunque
reconozco que son fundamentales. Y, sobre todo, es un
período de tiempo en el cual los entrenadores, si no andan
cortito de caletre, adquieren un conocimiento enorme del
comportamiento humano. Los futbolistas pueden pasar de tener
maneras almibaradas a convertirse en sujetos de pocas luces
y formas poco recomendables para el juego de conjunto.
No cabe la menor duda de que los tiempos han cambiado, pero
seguro que todavía habrá jugadores que los primeros días de
entrenamientos saluden a todos los compañeros y al cuerpo
técnico, como si fueran la alegría de la huerta. Los mismos
que serán un coñazo, pidiendo explicaciones, en cuanto no se
vean en las primeras alineaciones. Del fútbol, como
entrenador, lo que más me gustaba a mí eran los días de
partido: porque la mejor sensación está en el banquillo.
Todo lo demás, incluido los viajes, es lo que acaba con la
afición de los profesionales que sólo quieren probarse a la
hora de la verdad: cuando se juegan los puntos y hay que
improvisar... Lo más difícil, claro está.
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