La práctica del Derecho Penal es
una asignatura humana impagable, al alcance de algunos
afortunados que se licencian en Leyes. Impagable porque te
hace entrar en contacto directo con una Humanidad que sufre
y que se encuentra especialmente desprotegida, donde hay de
todo : auténticos cabronazos que pagan lo que deben y
víctimas de la injusticia institucionalizada.
Pero, de funcionar el sistema a la forma a la que aspiran
los de mi ideología y doctrina política que es la
ciberderecha neoconservadora, la única manera de evitar el
riesgo de jueces y juezas ensoberbecidos y justicieros
impartiendo su santa voluntad tras las mesas de los
inaccesibles sancta santorum que son sus despachos, sería la
obligatoriedad de, al menos tres años de práctica dura del
Derecho Penal y uno como funcionarios o funcionarias de
prisiones antes de acceder a la magistratura y a disponer
sobre la vida y los patrimonios de las criaturas. Llegarían
entonces a impartir justicia desde el conocimiento profundo
de la vida y desde la experiencia vital, ricos en vivencias
y con la inteligencia emocional y la empatía a tope. En el
sistema actual de oposición, buena memoria y regalo de la
pluma para firmar yo no creo. No puedo creer. Y lo rechazo
desde lo más íntimo de mi espíritu con cierto sentimiento de
repugnancia. ¿Qué por que me ha entrado hoy el arrechucho
antisistema? ¡Que cojones! Porque me voy a tener que hacer
eso de la tuberculina, la prueba de la tuberculosis, al
haber estado en contacto con personas de riesgo, con
familiares de los desafortunados presos de la brigada cuatro
de la enfermería de la prisión de Alhaurín de la Torre. ¿Qué
que ha pasado?. Pues eso, que tenían allí encamado a un
pobre sidoso que era un foco de infecciones, absolutamente
inválido y asistido por uno de esos ángeles de Dios que el
Sumo Hacedor utiliza como instrumentos para paliar el dolor
humano que son los llamados “internos de apoyo”.
Los internos de apoyo se dedican a ayudar a otros reclusos,
una solidaridad hermosa entre hombres privados de libertad
que es malamente compensada y poco agradecida por las
Autoridades Penitenciarias a nivel Dirección General. Si, me
estoy refiriendo a los lejanísimos despachos del Ministerio
de Justicia y a sus elegantes funcionarios y a su exquisito
Director General. Nada que ver con el chusmerío de los
presos, ni con el gentucerío que se forma en las
comunicaciones cada fin de semana. Los Poderosos son
refinados y no se suelen mezclar con nosotros, porque olemos
mal y contaminamos. Pero en el caso de los letrados, si
olemos mal es por el cutrerío de los locutorios donde se
llega a los cincuenta grados y chorreamos de sudorina
comunicando con nuestra gente y si contaminamos, en mi caso
concreto, es porque, en enfermería, se ha detectado un grave
brote de tuberculosis en la persona del sidoso y todos los
presos que se afanaban por ayudarle, limpiarle y mejorar un
poco su miserable vida pueden estar infestados, y haber
contaminado a sus familiares y los familiares a los
letrados.¡Valiente jodienda! ¡verán ustedes como los jueces
desde sus despachos y sus privilegios no se tienen que hacer
la prueba de la tuberculosis! ¡Me cago en la leche! ¡Tengo
un disgusto!.
¿Qué les cuente lo que ha pasado con mis clientes de la
brigada cuatro de enfermería? Pues que, a las criaturitas
las han aislado en un módulo terrorífico de Alhaurín: el
módulo siete. Ese de los reclusos especialmente conflictivos
y peligrosos, los que permanecen veintitrés horas al día
chapados como animales y disfrutan tan solo de una hora de
patio. Pero mi gente, mis clientes, no son peligrosos,
sencillamente están enfermos y no tienen la culpa de que, el
pobre sidoso al que se han llevado a toda pastilla al
hospital a infecciosos, haya propagado los virus por todo el
módulo, tocando también a los esforzados médicos y a las
enfermeras que son tan buena gente. La mujer de un preso
indocumentado, del que sospecho que puede ser nicaragüense o
paraguayo porque ni el mismo se aclara, pero que tiene un
cáncer que le corroe las tripas, acude a mi apurada “¡Ay
doctorita! ¿Y si todos los enfermitos se ponen encima
tuberculosos? ¿Y nosotras, las esposas, que hemos tenido
comunicaciones especiales?” me llama “doctorita” porque,
para ellos, los licenciados somos “doctores” y a mi ese
“doctorita” me sabe a piña colada, a salsa caribeña, a la
dulzura preciosa del español cantado por nuestros hermanos
sudamericanos.
Mis presos enfermos aislados , doblemente presos, sin haber
hecho nada malo, ni desobedecido el reglamento, ni tener
otro pecado que ayudar a tope a otro pobre desdichado, preso
como ellos, podrido del sida, están que rabian y con razón.
Pero es inevitable en las atestadas cárceles españolas, mi
gente reza y se encomienda, todos tienen su altarcito de
devociones, las estampas pegadas sobre el camastro, la
Blanca Paloma, la Estrella de los Mares, el Crucificado, la
sonrisa luminosa de Juan Pablo II o la mirada chispeante de
nuestro padre San Josemaría Escrivá (esta devoción la he
introducido yo, porque eso del apostolado me mola a tope). Y
Dios les sanará. Apuesten cualquier cosa, aunque en los
nuevos once centros penitenciarios que está construyendo
este gobierno ateo y anticristiano hayan decidido negarle a
los presos el consuelo y el apoyo de las capillas. ¡Ay
cuantas lágrimas recogen las capillas de las cárceles! ¡Y
como llegan esas oraciones talegueras, blancas como palomas
al corazón del buen Dios!. Pero los ateos que nos gobiernan
nos arrebatan esa pequeña alegría espiritual. O se lo
creen.¡Que les jodan! ¿O es que también quieren prohibir a
mis presos enfermos sus estampas y sus devociones? ¡Ay del
pecado contra el Espíritu Santo que cometen los gobernantes
cada día y que, según la Biblia ni la sangre de Cristo puede
redimir!. Vale, nos gobierna la niña del Exorcista y yo me
voy al dispensario a que me pongan un banderillazo para ver
si he pillado la tuberculosis y conmigo se viene la mujer
del preso, esa que me dice ¡Ay doctorita!.
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