Puede ser que a una minoría poco representativa de la
'España cañí' le importe "un carajo lo que acontezca en
aquellas latitudes" de Oriente Próximo, como se tiene la
osadía de asegurar Nuria Van Den Berghe en su artículo de
ayer, pero seguramente la gran mayoría de los ceutíes serían
incapaces de sustentar tan insconsciente afirmación
simplemente por el hecho de ser testigos en primera persona
de una de las consecuencias principales originadas por otros
tantos conflictos en el mundo: el éxodo humano hacia otra
tierra desconocida. La inmigración trae a las costas de
Ceuta oleadas de inmigrantes en situación desesperada, a
quienes el instinto de supervivencia lleva a arriesgar lo
más preciado, la vida. Por ello ese intento fallido de
emular a Arturo Pérez Reverte sólo a través del abuso de
palabras malsonantes, raya en lo soez en la persona de la
señora Van den Berghe, a quien posiblemente la vivencia de
cualquier drama humano desencadenado por cualquier tipo de
conflicto bélico le permitiría aprender lo bueno del autor
de Territorio Comanche. Quién sabe, quizás continuaría
pensando que cuando alguien se ve obligado a abandonar su
tierra con lo puesto lo hace por deporte.
¿Cuál es la posición que debe adoptar un país occidental
ante los últimos acontecimientos, únicamente aquella que
marca la Casa Blanca?. Poco basta entender de política para
percibir que la hegemonía de EE.UU. se impone una y otra vez
a cualquier acuerdo que pueda emanar de Bruselas. Sólo la
sonrisa del diablo esbozada por George Bush ante Tony Blair
en el desayuno de la cumbre del G-8 es suficiente para
comprender que al máximo mandatario norteamericano poco le
importan las víctimas civiles.Sí, aquellas que utilizó en su
campaña propagandística anterior a la intervención en Irak,
tratando de convencer al mundo de su carácter humanitario en
2003. Una vez recuperado el control sobre el 'oro negro' y
derrocada una dictadura que su propio país respaldó durante
años poco le importa a Bush la guerra civil desatada entre
la población iraquí, que se va cobrando más y más víctimas
cada día. Es este mismo personaje el que hasta ayer se
oponía al envío de 'cascos azules' a la zona fronteriza de
Líbano e Israel, donde el ejército hebreo se limita a lanzar
octavillas sugiriendo a los civiles que huyan hacia el norte
del país, tomándonos por ingénuos a todos. ¿Por dónde debe
huir la gente, señor Olmert?, si sólo el primer día de
conflicto sus F-16 se han encargado de destruir las vías de
comunicación de un país de poco más de cuatro millones de
habitantes. ¿Es por tanto reflexionar y caer en la cuenta de
tal evidente contradicción ejercer una actitud antisemita?.
Yo diría más bien anti-masacre, teniendo en cuenta que
Israel ha esperado hasta la novena jornada de conflicto para
enfrentarse directamente con la guerrilla responsable del
secuestro de sus dos soldados. Aeropuerto, puerto, puentes,
carreteras y barrios enteros han desaparecido en sólo ocho
días de ataques del ejército israelí al corazón de un país
que comenzaba a despertarse de la pesadilla vivida en 1982,
año en el que el estado que fuera víctima del Holocausto
invadía la capital libanesa con el pretexto de los ataques
recibidos por parte de los palestinos refugiados en este
país. ¿Cuál es por tanto la función del Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas?. La de depender en todo momento del
'veto' estadounidense que es el que verdaderamente marca las
reglas de juego en el panorama internacional. Y es que no es
la primera vez que Bush junior nos deleita públicamente con
su carácter totalitario. Basta remontarse a la muerte del
cámara de Tele 5 José Couso bajo fuego norteamericano. Pero
apelando a los daños colaterales y con el mismo rostro de
soberbia respondía Bush a la periodista que le pedía
explicaciones por lo sucedido en una comparecencia de prensa
conjunta del mandatario estadounidense y el entonces
presidente del ejecutivo Español, José María Aznar, quien al
más puro estilo Curro Romero sacaba rápidamente el capote,
en defensa de su homólogo, para acallar la voz de la
informadora. Son diversas ópticas de describir la vergüenza
ajena, esto es sólo un ejemplo de la mía en particular.
Escuche usted, señora Van Den Berghe, a los ciudadanos
europeos que han logrado huir en los últimos días del
infierno beirutí, al menos para contagiarse de una mínima
dosis de humanidad de la que parece adolecer. Porque son
ellos los que mejor pueden relatar lo que está ocurriendo y
no los políticos. Existe entre todas sus manifestaciones un
denominador común y es la condena unánime a la destrucción
de un país que se está culminando en escasos días, en pleno
siglo XXI. Quizás estas mismas personas puedan describirnos
las constantes violaciones del Derecho Internacional
llevadas a cabo meses atrás por los cazas del ejército
hebreo, sobrevolando la capital libanesa superando el límite
del sonido, denunciado en más de una ocasión por el
ejecutivo libanés ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
Es apelar a su condición judeo-cristiana el solidarizarse
con el más del 30% de la población libanesa que profesa la
religión católica, ya que el hacerlo simplemente por la
condición humana sería pedir demasiado. Pero retomanto ese
cristianismo del que muchos hacen gala pero poco practican,
¿dónde está esa Iglesia que se echa a la calle para defender
los valores de la familia?, porque, la verdad, es quizás más
triste tener que explicar a un niño el carácter destructor
del ser humano contra su propia especie que el hecho de que
dos personas del mismo sexo tengan derecho a manifestar sus
sentimientos con la misma libertad que el resto y no en la
clandestinidad, como en décadas anteriores.
No tengo sangre gitana, ni antepasados rifeños, pero desde
hace diez días comparto la angustia de una persona muy
cercana que cada noche trata de contactar con sus padres y
hermanos para garantizar que al menos siguen vivos, a pesar
de que a través de su teléfono móvil se sienten las sirenas
y explosiones, no de fuegos de artificio, si no de bombas.
Único consuelo restante tras seghuir expecatnte a través d
elos informativos la destrucción de algunos de los rincones
en los que transcurrió su infancia, también marcada por la
postguerra. Por ello, por sus padres Souad y Nadim, por sus
hermanos Bilal, Ramia, Amal, Mohamed, Amar y Zahraa -de sólo
siete años- por sus sobrinos Aia, Malak, Batul y Hamude, que
ni aprueban las acciones del grupo armado Herbolá ni por
supuesto aplauden, señora Van den Berghe, que el ejército de
Olmert esté destrozando su país en modo indiscriminado y en
definitiva, su propia identidad. Desde el laicismo, y
considerando la religión como un grave arma de
instrumentalización, a mí sí me provoca terror la hostilidad
desatada entre estos dos grupos armados -Hezbolá e Israel-
pero más aún la escasa capacidad de mediación de la
comunidad internacional formada por las potencias del
calificado Primer Mundo.
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