Hace ya muchos años iba yo cada
día a las oficinas de PROCESA que estaban, entonces, en un
cuchitril de la calle Independencia. Lo hacía para
entrevistarme con Juan Vivas y contarle cómo iban las cosas
por el Instituto Municipal de Deportes, del cual me habían
nombrado supervisor y además director de una escuela de
fútbol que jamás llegó a ponerse en funcionamiento al ver
que se apuntaban a ella más niños de religión musulmana que
católicos. En el IMD de entonces primaba la fobia contra los
niños en general, y se doblaba la cerviz ante los que eran
hijos de conocidos y gente adinerada. Podría relatar malas
acciones de esa época, tan verdades como puños, pero no es
por ahí que yo quiero que se abra paso la columna de hoy.
Juan Vivas era el hombre clave de PROCESA y mandaba ya tela
marinera en el Ayuntamiento, gracias a sus conocimientos y a
su buena disposición para hacerse responsable de muchos
asuntos que otros funcionarios delegaban en él. Una actitud
que le permitía ejercer gran influencia sobre los compañeros
y, sobre todo, en los políticos y, desde luego, en Fructuoso
Miaja, alcalde. Influencia que le permitió recomendarme para
desempeñar los cargos reseñados previamente. Aunque conviene
decir que su ayuda estuvo cimentada en dos cuestiones
importantes: una, que confiaba en mis conocimientos y otra,
sin duda, porque quería purgar sus culpas por una forma de
proceder contra mí, anteriormente, que lo había dejado
tocado de un ala. Y en cuanto pudo, por ser persona
consciente de que se había equivocado gravemente, trató de
restaurar nuestras relaciones perdidas.
Con lo que no contaba Juan Vivas, acostumbrado ya en ese
tiempo a relacionarse con personas que ven en el dinero el
único fin de la existencia, es que servidor estuviera hecho
de otra pasta bien distinta y, llegado el momento, de elegir
entre llevarme mi sueldo, nada desdeñable en los años 80,
por no hacer nada, renunciara a mi plaza de empleado.
Me acuerdo perfectamente de cómo nuestro actual presidente
se hacía cruces cuando me acompañaba al despacho de
Fructuoso Miaja para presenciar mi renuncia. Y cómo no
paraba de decirme que si bien el proyecto de la escuela de
fútbol estaba ya muerto y me daba sus explicaciones al
respecto, bien podía continuar en el IMD desempeñando otras
labores. Sin embargo, nada de cuanto me recomendaba el
funcionario Vivas podía yo asumirlo por haberme
comprometido, públicamente y en cuerpo y alma, a darle vida
a una escuela de fútbol y a tratar, por mi cargo de
supervisor, a que en el IMD no se cometieran tropelías.
Algunas conocidas por él y de las que me había puesto al
tanto para que yo me asegurara si eran ciertas. ¿Verdad,
Juan?
Una manera de proceder que nadie iba a agradecerme, pero
que, pasados los años, nada menos que 21, me vale para
seguir manteniéndole la mirada a un Vivas que ha llegado,
por merecimientos propios a ser presidente de la Ciudad. Si
bien es cierto que ello le cuesta el tener que soportar, un
día sí y otro también, la visita de tartufos, trincones,
sinvergüenzas, pelotas, etc. Y, cómo no, de alguien que hace
tantas trampas en su cargo como las que se hacían en el IMD
que yo conocí. Un sino el de Vivas que a mí me hace tenerle
cierto afecto y hasta sentir verdadera zozobra por entender
que, siendo como es, persona honrada y cabal, habrá de
morderse la lengua y tragar mucha saliva cuando se ve
enfrentado a esa fauna de visitadores. Por ello, careciendo
yo de predisposición a verme con quien esté en la cresta de
la ola, sí me gustaría coincidir con un Vivas con dos copas,
para que, bajo sus efectos estimulantes, diera rienda suelta
a su lengua en una sobremesa. Tiempo suficiente para
recopilar datos y escribir un libro.
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