Dicen que cuando se encuentra a un
gallego nunca se sabe si sube o si baja. Qué grado de
incertidumbre habrá entonces cuando se encuentran cientos de
gallegos, con el denominador común de estar lejos de la
‘Patria’, y celebrando encima la fiesta del Apóstol, patrón
de Santiago de Compostela y de Galicia misma. Cuando dos o
cien gallegos se encuentran, en realidad, no pasa nada. Nada
especial, porque se encuentran continuamente. Ya sea en
Venezuela o Argentina, Suiza o Alemania, Madrid o Ceuta, los
gallegos siempre encuentran la ocasión de reunirse y “falar
un pouco da terra”. Al son de las gaitas y con un ‘pulpo á
feira’ de por medio, regado con un Ribeiro joven. Y cuando
los gallegos se reúnen cabe cualquiera de por medio, porque
la humildad y la hospitalidad son marca de la casa y como ya
dijimos, la situación no deja de ser cotidiana y habitual,
aquí o en Sri Lanka.
Y con este talante, la comunidad gallega en Ceuta celebra
estos días su fiesta principal, el Día de Galicia. Y lo hace
vendiendo ‘galeguidade’, pero a lo caballa. Porque si hay
una característica de los gallegos en el mundo es su
integración en la comunidad. Una integración bien entendida,
sin perder su esencia, y a menudo ni siquiera el acento,
cerrado y cantarín, contundente y meloso.
El ejemplo de la emigración gallega por el mundo debiera ser
bien tenido en cuenta en el contexto geopolítico actual, tan
castigado por el localismo egoísta y mal entendido. Los
gallegos arrivan en cualquier parte con vocación de trabajo,
pues si salieron de su querida patria fue por necesidad y su
objetivo es la prosperidad. Con silencioso esfuerzo, el
gallego se va abriendo camino allá donde se encuentre,
creando pequeñas comunidades para que la tradición perdure,
pero sin que ello suponga un enfrentamiento con el medio que
los acoge, sino más bien una invitación a vivir también un
ratito a su manera, como muestra de agradecimiento por la
hospitalidad prestada.
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