Julián Muñoz, ex alcalde de
Marbella, ha sido detenido en la tercera fase de la
“operación Malaya”. Es decir, que el juez Torres está
dispuesto a enchironar a todos los que vivieron a la sombra
del invento de Jesús Gil y celebraban sus
trapicheos con botellas valoradas en 7.000 euros. Botellas
de lujo, entre las cuales se tenían por modestas la Chateau
Petrus o el Moet Chandon. De manera que el Vega Sicilia
pasaría por ser poco menos que un Ribera del Duero modesto y
de consumo diario en la mesa de tan renombrados trincones.
Por tanto, no me extraña que Ignacio Camacho,
en su columna de ABC, pida que a fulanos que pagan 7.000
euros por una botella de vino lujosa, se le haga
inmediatamente una inspección de Hacienda. Y que luego, esto
lo digo yo, los pongan a disposición de ese juez que se ha
convertido en el azote de los corruptos que se embriagaban
con caldos hechos a la medida de una clase política que se
nos metió en Ceuta, gracias a señores que ahora caminan por
la calle como si tal cosa.
Bien está que en Marbella, los ciudadanos, ante lo que van
conociendo (como esa factura de 885.000 euros, unos 140
millones de pesetas, importe de una remesa de vinos para ser
degustada por paladares de ladrones exquisitos, llámese
Juan Antonio Roca), digan ahora que los votantes del GIL
procedían, mayormente, de afuera. Pero en Ceuta, desde
luego, ni siquiera vale esa excusa.
Porque aquí son más que conocidos los nombres de quienes
fueron, una y otra vez, a Marbella para decirle a don Jesús
el mucho bien que haría a Ceuta el que él decidiera
presentarse a las elecciones. Y hasta me consta que, en un
principio, el dueño de Imperioso no dudó en darle puerta a
muchos de los babosos que se postraban de hinojos e
implorantes, ante su oronda figura.
-¡¿Qué ganó yo metiéndome en ese lío tan grande de Ceuta!?,
llegó a preguntarse el dueño de Marbella, en voz alta.
Pues bien, arribó y fue recibido como se hizo con aquel
Fernando VII que entraba en los pueblos y los había que
se daban tortazos por desenganchar las mulas del carruaje
real para ponerse ellos a tirar. La escena de los bajos de
la Marina, en aquel verano de cuya fecha no me quiero
acordar, fue lo más triste y penoso que yo haya visto jamás
en una tierra donde sigo insistiendo que el ciudadano más
tonto hace relojes.
Sin embargo, llegaron a ser convencidos de que habría
hoteles flotantes, casinos de corte internacional donde los
dineros correrían a manos llenas, guardia a caballo con más
empaque que la de la Policía Montada del Canadá. La
mendicidad se acabaría, las putas serían desterradas, las
calles estarían limpias como un patena y el orden primaría
por encima de todas las cosas. Orden, eso sí, aunque en el
empeño primara la injusticia. Ya que era la única forma de
volver a recuperar la llegada de turistas a una Ceuta que
ellos, los del GIL, traerían a espuertas en trasatlánticos.
Y los ciudadanos, casi mayoritariamente, y los comerciantes
de manera casi generalizada, durante aquella campaña
electoral, se quedaban pasmados y no dudaron en creer lo que
se les decía. Fueron meses en los cuales llevarles la
contraria a los poseídos por el espíritu del GIL suponía un
peligro de mucho cuidado. De ahí que quienes pensábamos, muy
pocos, por cierto, que todo aquello era una gran mentira y
que el GIL era un partido que llegaba dispuesto a llevarse
los dineros y a repartir prebendas entre los que estuvieran
de acuerdo con sus tropelías, nos viéramos perseguidos. El
problema, cuando sucede el derrumbe de Marbella, es que aquí
los hay del GIL pegados a las ubres del PP y, encima, se
permiten el lujo de decirle al presidente Vivas dónde
debe sentarse.¡ Manda huevos!
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