Es realmente triste comprobar cómo
una barriada reclama a gritos paz, tranquilidad y buenas
maneras para sentirse igual que las demás mientras que unos
desalmados pertenecientes al mismo barrio cometen constantes
tropelías escudados en el temor generalizado existente en la
zona donde está instaurado el silencio para lamento de las
fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que chocan día
sí, día también con la callada por respuesta cuando se
pregunta por los autores de hechos delictivos.
La seguridad ciudadana recae en los cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado además de las auxiliares que conforman
el global del operativo que lucha contra la inseguridad. Sin
embargo, el verdadero concepto de seguridad reside en la
propia ciudadanía. Porque la inseguridad es un término que
en sí mismo encierra una gran carga de subjetividad dado que
no a todo el mundo le causa la misma sensación un mismo
hecho.
Dicho esto, lo que sí preocupa en exceso es que los
ciudadanos del barrio vivan amedrantados por los violentos,
por los degenerados escoria social que se escabullen entre
las pequeñas callejuelas y que, absolutamente ociosos, ni se
hallan en la sociedad representada por las gentes de bien,
ni siquiera desean pertenecer a ella..
La seguridad también es ciudadana, porque son los ciudadanos
responsables y concienciados en lograr una sociedad mejor,
los que con ayuda policial (aunque sea en secreto) consigan
erradicar la mala hierba que se extiende en una barriada que
clama por su tranquilidad, por sus mejoras estructurales y
por el reconocimiento de su idiosincrasia en tanto en cuanto
también contribuyan defendiendo sus intereses, derechos y
deberes nacionales ante el constante goteo de población
marroquí que utiliza al barrio como ‘ciudad’ dormitorio
residiendo, al final, indefinidamente ante la permanente
pasividad de las instituciones españolas.
El ‘Príncipe’ necesita de una solución global.
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