Nació la Peña del ladrillo con el
buen bajío que necesita todo nacimiento para tener larga
vida y que ésta sea motivo de aglutinación de gentes a las
cuales no se les pida que se esfuercen en aparentar lo que
no son ni lo que jamás serán. Y hubo suerte: puesto que sus
primeros participantes entendieron a las primeras de cambio
que se les presentaba una oportunidad única de hacer del
aperitivo un momento de disfrute y una forma de comprender
que hablando se obtienen más beneficios que huyendo de las
tertulias por causas injustificadas o por miedo a
significarse.
Nuestro presidente, el hombre que con su forma de ser fue
capaz de atraer al personal que cada día tiene una cita en
la Tasca de Pedro, es Andrés Domínguez. Un
Andrés, decano de la prensa ceutí, que supo ver en Elena
Sánchez valores suficientes para convertirla, con su
aquiescencia, en la presidenta de honor de una peña que gana
muchos enteros gracias a la protección que le dispensa el
propietario del establecimiento donde tiene su sede.
La peña necesitaba celebrar una comida en su aniversario. Y
allá que Francisco Navas, Javier Arnáiz,
Cristóbal Chaves y su hijo, Desiderio Morga,
José Pedro y el hijo de Andrés, quisieron
presentarla en sociedad. Y las presentaciones carecen de
gracia si no se hacen alrededor de una buena comida. De
manera que Pedro, el propietario del restaurante, nos
animó a celebrarla. Y el acierto fue total.
Junto a los componentes de la Peña del ladrillo se sentaron
quienes deseaban conocer las razones por las que disfrutamos
tanto reuniéndonos cada día a partir de un poco más allá de
la hora vaga de mediodía y nos separamos cuando la tarde
empieza a cobrar cuerpo. Y bien pronto comprendieron que
entre nosotros existe la empatía necesaria como para, siendo
casi todos muy diferentes en el pensar y decir, hacer de la
conversación un modo de sentirnos cada vez más cerca y,
sobre todo, estar dispuestos a ayudarnos en cuanto la
ocasión lo requiera. Una actitud no acordada, desde luego,
pero que damos por implícita.
Con semejante bagaje, no moco de pavo en los tiempos que
corren, el viernes disfrutamos los contertulios de la peña
con todas las personas que quisieron unirse a nuestra fiesta
de cumpleaño. Y la alegría generalizada reinó durante las
tres horas largas que nos sirvieron para dar rienda suelta a
nuestra necesidad de comunicarnos, de manera desenfada y
procurando por todos los medios que nuestro encuentro
sirviera para aprovecharnos de lo mejor que tiene la
interacción entre humanos.
Ni que decir tiene que comimos y bebimos ambrosía, y siendo
así, todos los comensales no vinimos arriba y sacamos lo
mejor de nuestros adentros. El momento crucial llegó cuando
el presidente de la peña, mi amigo Andrés Domínguez, recordó
a Elena Sánchez: la señora aragonesa que no pudo participar
en una comida a la que ella le hubiera dado ese tono de
señorío tan suyo.
Con semejante acto, entrañable, sencillo y necesario, la
Peña del ladrillo ha tomado la alternativa y se perfila
como una tertulia donde poder refugiarse para eludir, aunque
sea de forma momentánea, los rigores de un modo de vida que
a veces nos condiciona y nos hace comportarnos de manera
bien distinta a como deseamos.
Conviene decir que en ella no se exige historial de nada ni
se le pregunta a nadie el porqué de su forma de ser. Lo
único que deseamos es que los recién llegados hablen de lo
que deseen, opinen de lo que quieran, y argumenten las cosas
serias que tengan a bien exponer. El viernes, cumplido el
primer año de la Peña del ladrillo, se demostró que
era necesario celebrarlo y a ser posible hacerlo de la
manera que lo hicimos nosotros: en la Tasca de Pedro.
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