El fin de curso ha llegado. Aprobados y suspensos. En
algunas autonomías hay que esperar a la recuperación de
Septiembre; en otras, las hacen en junio sin apenas dar
tiempo para que el alumnado se prepare. No sirve para nada.
Mejor Septiembre. Para los que finalizan en Junio aprobados
y suspensos. Para los que han conseguido superar, no hay
problemas. Para los que no han superado, sí: regañinas,
privación de todo aquello que les atraen, castigos… Para los
de Septiembre, esperanza.
En aquellos casos de superación, reflexión. ¿Qué parte de
“culpa” tiene la familia en los suspensos? Un reciente
estudio indica que un treinta y siete por ciento de los
padres reconocen que ni vigilan ni incentivan a sus hijos en
el estudio. Un porcentaje preocupante, sobre todo cuando hay
un once por ciento que lo hacen de vez en cuando. Sólo un
cuarenta por ciento se ocupa de forma continua y
perseverante del estudio de sus hijos. En el caso de hijas
es menor.
Hay un porcentaje muy significativo (treinta y tres por
ciento) que consideran que no hace falta que controlen a sus
hijos. Caso erróneo, porque es, precisamente, en la
adolescencia cuando más lo necesitan, aunque también cuando
más se oponen los propios hijos. Por otro lado, piensan los
padres (setenta por ciento) que la educación de los hijos es
hoy más difícil que en la época de sus padres. Por lo tanto,
existe un pesimismo muy extendido acerca de su capacidad
para conseguir determinados logros educativos por más que se
esfuercen en ello, sobre todo entre las madres (cuarenta y
tres por ciento) frente al (treinta y uno por ciento) de los
varones. Es decir, la mitad de las familias no tienen mucha
confianza en su rol de padres y sienten, sobre todo,
impotencia ante la importancia que han adquirido otros
socializadores, como la televisión, los amigos o el ambiente
de la calle, con los que compiten e incluso contra los que
consideran que tienen que “luchar”.
La familia, ante una situación de suspenso, utilizan
estrategias diversas: un sesenta y cinco por ciento piensa
que lo mejor es la negociación, con la que intentan hacer
ver a los hijos la inaceptabilidad del resultado y se
sopesan o discuten distintas alternativas para buscar una
solución. El resto se decantan por la “recriminación” y el
“castigo”, o, bien, por el “sermón”, es decir, recomendarles
simplemente con mayor o menor énfasis, según las
circunstancias, que tienen que estudiar más.
El problema se agrava cuando los suspensos se van
acumulando, donde la vía negociadora se agota y los padres
se decantan, bien por la amonestación y el castigo, bien
sólo por lo primero y la incitación a que tienen que
estudiar más. Además, señala la encuesta que la estrategia
negociada aparece con más frecuencia en familias con mayor
capital cultural y económico.
Resumiendo todo esto a hechos concretos, sería exhaustiva la
relación de estrategias que se utilizaban en mi etapa de
maestro de E.G.B. y posteriormente de la ESO. Preocupaba
mucho a los padres que el hijo fuese suspendido, por los
problemas que ello traía consigo, particularmente en la
etapa de la E.G.B. Los criterios de promoción no estaban
claramente definidos, por lo que, a veces, era la familia la
que decidía. Claro que, para la finalización del Ciclo
Superior, cuya superación conducía a la obtención del
Graduado Escolar, no había otra opción que superar todas las
materias, aunque, eso sí, disponía el alumno de la
convocatoria de Septiembre. Con la aplicación de la ESO,
mientras se realizaba en los centros de Primaria, cada
centro utilizaba criterios distintos para la promoción de
ciclo, pero entre cursos, al ser la enseñanza cíclica, no
había problemas. Esta situación para los centros que dejan
la recuperación de las materias suspendidas para Junio,
preocupa menos a los padres porque no va a interferir en los
proyectos vacacionales.
Siguiendo con mi experiencia, el dramatismo surgía cuando la
familia, confiando que al final, con la aplicación de las
recuperaciones, el alumno iba a superar el curso, se
producía una gran decepción, aunque esto ocurría en aquellos
casos donde los padres se habían implicado, dejando anulados
todos los planes. Aunque algunos recurrían al mes de
Septiembre, después de realizadas las pruebas de
recuperación, donde ya no importaba si el hijo había
superado, o, no, los exámenes.
¿Qué ocurre cuando el alumno supera el curso? ¿Qué tipo de
recompensa se utiliza? Siguiendo los datos facilitados por
la encuesta, la mayoría, un cincuenta y nueve por ciento, se
decantan por “felicitarle” cosa que, además de educativa,
por otra parte, sale mucho más económica. Lo cierto es que
muchos escolares esperan su recompensa al finalizar el curso
con resultado positivo. También se suele optar por algún
regalo, premiar con dinero, algún tipo de celebración,
visita a un parque de atracciones, etc. En las familias más
“negociadoras” se suele utilizar sólo la felicitación.
En mi etapa, independientemente de los premios que se
otorgaban por la familia, también el centro contribuía a
premiar a los mejores alumnos, al menos con sencillos
diplomas, o bien, en los cursos finales los consabidos
viajes de fin de curso, aunque aquí, más que recompensar a
los mejores rendimientos, se recompensaban también las
buenas conductas.
Quiero recordar, que en aquellos momentos, cuando todavía
“no estaba bien visto” que un chico llevara pendiente,
algunos, con las naturales reservas, se exhibían con ellos.
De hecho, en algunos centros estaban prohibidos. Pero, un
“valiente” y “audaz” alumno, nos asombró a todos con su
pendiente, del que se mostraba muy satisfecho. Era el
regreso de las vacaciones de Navidad. El chico se vio
rodeado de todos sus compañeros, presentando el pendiente
como un regalo de Reyes. Se trataba de una recompensa por
haber superado todas las materias en el primer trimestre.
Otra destacada recompensa a un alumno fue una pareja de
hámsters, un macho y una hembra. La presentó en la clase con
una lujosa jaula. Era un amante de los animales, por lo
tanto, extremó sus cuidados para sacar adelante a los dos
roedores. Pronto, la pareja empezó a producir pequeños
hámsters, llegando a inundar la casa de estos roedores. En
su barrio era raro el vecino que no dispusiera de una
pareja. Ante tanta proliferación, terminó por deshacerse de
ellos.
Como es lógico el capítulo de las “recompensas” daría lugar
para cubrir muchas páginas, sobre todo en los momentos
actuales, donde la motivación de los hijos parece ser que
está en ello, en premiar aquello que no es otra cosa que el
resultado de unos esfuerzos propios de los que tienen la
obligación de estudiar.
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