El vuelva usted mañana de Larra,
alegato contra la burocracia española del siglo XIX, ha
quedado como atavismo en nuestra sociedad. De ahí que seamos
muchos los que desconfiamos de quienes mandan en los grandes
despachos donde se hacen componendas y se amañan
situaciones. Hablando claro: tenemos grandes dudas sobre
esos sesudos funcionarios que manejan el deporte a gran
escala y hacen y deshacen a su antojo y mirando siempre no
por darle prioridad a la verdad sino más bien a la verdad
que les rinde más beneficios. Existen, pues, muchos golfos
en la FIFA y en federaciones nacionales.
Empezaré diciendo, aun a fuerza de repetirme, que Medina
Cantalejo ha sido un árbitro hecho a la medida de la
FIFA y cuya actuación en el Mundial ha dejado entrever que
algunas de sus decisiones han influido para que Italia sea
la ganadora del certamen. A partir de ahí, todo lo que diga
Josepp Blatter, presidente de la FIFA, acerca del
escándalo suscitado por el cabezazo de Zidane a
Materazzi me ofrece poca o nula garantía.
Zinedine Zidane fue víctima de una mala acción, preparada
con frialdad y ejecutada en el momento crucial del partido.
Antes había sido objeto de una entrada muy dura, cuyo golpe
en un hombro bien pudo retirarle del campo. Y,
posteriormente, era agarrado por la camiseta, una y otra
vez, a fin de provocar una reacción airada en alguien del
que estaba pendiente el mundo y más de la mitad deseando que
su historia acabara felizmente.
Pero ya estaba previsto que Marco Materazzi, otro muchacho
criado en un suburbio de Lecce, asumiera la tarea más
canalla del fútbol: convertir su lengua en un lanzamierdas
capaz de romper la armonía interior del adversario más
grande que había en el césped. Una acción que, a buen
seguro, jamás le permitirá al defensor italiano contar las
batallitas de sus buenas actuaciones, que las tuvo, durante
muchos pasajes del Mundial.
Por lo tanto, si las autoridades francesas no se ponen el
mono de trabajo y le hacen frente a Josepp Blatter, mucho me
temo que sea Zinedine Zidane quien salga escarmentado del
careo que se ha preparado entre éste y Materazzi, el próximo
día 20.
Me baso para ello en algo fundamental: según la doctrina de
Joao Havelange, cuando era presidente de la
FIFA, el fútbol no se debe arbitrar ayudándose de los medios
técnicos que van saliendo al mercado. Por la siguiente
razón: ello terminaría acabando con las discusiones después
de los partidos y propiciando que millones de personas
pensaran en cosas que no conviene a los poderes
establecidos. Más claro agua. Una ley que se ha incumplido
en la final.
A mí, conociendo como conozco el fútbol, el comportamiento
de Materazzi me produce tanta náusea como entiendo que es
algo que sucede en los campos desde que el deporte rey
existe. Lo que sigo sin ver claro es la intervención de
Medina Cantalejo, llamando la atención del árbitro
argentino, Horacio Elizondo, cuando éste ya
había consultado con su ayudante y había recibido la
respuesta de quien decía no haber visto nada. De hecho, las
imágenes de Buffon son claras: con dos gestos lo
expresa todo. Se lleva un dedo a un ojo para decirle al
linier que él ha visto la agresión y, en seguida, se palmea
una parte del rostro para motejarlo de cara dura por no
denunciarla.
El tiempo transcurre y cuando parece que todo seguirá igual,
llega la intervención del cuarto árbitro. Le ha dado tiempo
a ver la escena por el vídeo. Y, tal vez, a otra cosa. El
cuarto árbitro es un español cuyo acceso al Mundial ha
estado y sigue estando bajo sospecha. Blatter, si se lo
propone, también le quitará el Balón de Oro a Zidane. Pero
no la honra. Ésta se la ganó con el cabezazo a un italiano
tramposo.
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