Con las calores crece el arroz y
los tumultos interiores viven prestos a salirse de madre
ante la menor provocación. Las temperaturas altas suelen
servir de estímulo para que la gente estalle en cualquier
instante y se arme la de Dios es Cristo. De veranos
sangrientos, aparte de ese que le valió a Ernest
Hemingway para narrar la rivalidad entre Antonio
Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, podríamos hablar
y no acabar. De manera que no me extraña lo más mínimo que
en Ceuta los rigores del calor hayan empezado a hacer de las
suyas.
Se nota, se palpa, se vive, que el gentío está inquieto y
espera agazapado su momento para saltar a la yugular de
quien ose molestarle por nada y menos. Lo que no entiendo es
como Jenaro García-Arreciado, siendo de esa Onuba
donde los rayos solares son capaces de fundir a alguien como
la fragua al plomo, y lo deja desquiciado, no haya caído en
la cuenta de que durante el verano lo mejor es ponerse a
cubierto en un burladero de sombra y no da pie a que
Fernández Cucurull, entre otros, alivie su excesiva
temperatura usándole a él como remedio.
De cualquier manera, por más que el delegado del Gobierno no
haya tenido en cuenta los desvaríos que producen las
calores, me parece a mí que el hombre tiene derecho a que le
dejen tranquilo antes de que cumpla los cien días de
mandato. Digo yo. A no ser que, dado mi contumaz despiste,
tales días estén ya cumplidos y don Jenaro sea el candidato
número uno para que le zurren la badana todos aquellos que,
acosados por los sudores y las moscas, encuentren salida a
tales molestias jugando al abejorro con la cabeza de tribuno
que luce el amigo de Pepe Torrado.
A mí me gusta mucho, la verdad sea dicha, leer las cosas que
escribe Nicolás Fernández Cucurull cuando se enfada. Y me
gustan mucho menos cuando lo hace bajo el influjo del
verano. Pues se le nota que es la época en la cual se ve
desbordado por la pasión de sus ideas y se convierte en una
persona muy distinta a la de las demás estaciones del año.
Así, bien le vendría a mi estimado senador cubrirse la
cabeza con una crema de protección solar para atenuar los
efectos del sol inmisericorde. Una crema similar a la que
suelo usar yo o bien, si la quiere de más calidad, la que
Rajoy ofreció a Moratinos mientras ambos
aguantaban la solanera valenciana ante Benedicto XVII.
El consejo es para que la sesera no pierda calidad y se vaya
por los cerros de Úbeda. Porque una cosa es decirle cuatro
guasas al delegado del Gobierno por declarar que los
parlamentarios populares usaron un lenguaje impropio y otra
es hacer burla de unas costumbres andaluzas en el vestir y
en el obrar, durante ciertas celebraciones. Tradiciones, por
cierto, las del traje corto, sombrero cordobés, catavino en
la mano y luciendo a caballo maestría de señorito andaluz,
que son muy típicas de la derecha rica y, como todo lo
criticado, copiado luego por las clases medias y esa
burguesía que tanto anhela la llegada del Rocío para pasar
por lo que nunca podrán ser: un Domecq o un
Guardiola... Que tanto monta, monta tanto.
No ha sido, precisamente, una buena sugerencia la de Nicolás
al delegado del Gobierno, esa de que se haga una estatua en
el centro de la nueva plaza de los Reyes, y convenientemente
ataviado con traje corto, sombrero cordobés, copita de vino
fino y abanico, dé clases de urbanidad para parlamentarios
discolos. No lo ha sido, de verdad, estimado senador. Tú, a
mi modesto entender, dada tu preparación, no debes aconsejar
semejantes impropios, habiendo nacido en una tierra a la que
un gran poeta llamó la “Andaluza niñería”.
Y, desde luego, me da la impresión de que a partir de ahora
no gozarás de mucha simpatía por parte de García
Ponferrada y de García Bernardo. ¿Lo
coges?
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