El miércoles pasado fue portada de
este periódico la visita de Gaspar Llamazares,
como testigo del nacimiento de Coalición por Ceuta. La cual
quedó formada por tres partidos: IU, UDCE y FC. Al frente de
ellos están Mohamed Musa, Mohamed Alí y
Abdelhakim Abdeselam. Esta unión de fuerzas políticas se
veía venir, y nada nos extrañaría que a ella se sumara una
cuarta: la que dirige Mustafa Mizzian; es decir, el
PDSC. El hecho de esta unión me hace pensar en tiempos
pasados, es decir, cuando el PDSC era un partido fuerte y
cohesionado. Una historia que ya he contado. Pero que, dada
la realidad actual, merece la pena recordarla.
Corrían malos tiempos para el PP, en vista de que el GIL
llegaba arrasador. La figura de Jesús Fortes
se tambaleaba y sus peores enemigos estaban dentro de su
propio partido. Todo parecía confabularse contra él la noche
de las elecciones. Su llegada a la sede de Real 90,
procedente de la Delegación del Gobierno, propició dos
formas de entender el dramático momento que pasaba el
todavía presidente de la Ciudad.
De un lado estaban quienes deseaban, fervientemente, que el
PDSC consiguiera como mínimo tres diputados en las urnas
para combatir la mayoría absoluta que las encuestas daban al
GIL. También los había celebrando por lo bajinis el
descalabro que iban anunciando los interventores que
llegaban con algunas actas en las manos.
En el patio del edificio de la sede, llena a rebosar de
militantes, se oían comentarios para todos los gustos. Un
destacado político se ufanaba de que si perdían por mayoría
absoluta no pasaba nada. Que ya se pondrían los medios
oportunos para que, no tardando mucho, el GIL se viera
apeado del poder. Otro, en cambio, lamentaba el mal trago
que estaba pasando un Fortes cuya cara reflejaba lo que se
le venía encima. Estaba a merced de que en el último tramo
del contar los votos alguien le dijera que los musulmanes
habían interrumpido la avasalladora marcha del GIL en las
urnas. Condición imprescindible para que él PP pudiera
gobernar con la ayuda de ellos y del Partido Socialista.
De pronto, cuando la risa iba por barrios, se oyeron
cláxones de coches anunciando la buena nueva: Mohamed
Chaib, Mustafa Mizzian y Abdelakim Abdeselam se
habían asegurado tres escaños y estaban dispuestos a hacerle
el boca a boca al PP. Semejante alegría produjo una enorme
satisfacción en muchos y penosa impresión en los menos. Los
menos, todo hay que decirlo, lo formaban quienes siendo ya
barandas aspiraban a tener más poder. Uno de esos
principales habló y reventó la noche: los musulmanes
terminarán vendiéndose al GIL. Una musulmana, con mando en
plaza, que estaba presente, se tragó el insulto haciéndose
la lipendi. Y lo hizo a sabiendas de que alguien suyo había
sido ofendido.
Lo que vino después es ya de todos conocido: el PDSC fue un
apéndice más del PP y prestó enormes servicios a éste. Hasta
que a alguien se le ocurrió decir que estaba ya harto de esa
situación y mandó a Fortes al ostracismo. Y, mientras tanto,
ya había germinado la semilla de un nuevo partido: la UDCE
de Mohamed Alí. Un partido que contra pronóstico se
convirtió en el más votado, tras la enorme victoria de
Juan Vivas. Fue entonces, ante tan descomunal
éxito, cuando los populares mirando desde las alturas no
quisieron ver que en la tierra estaba Mohamed Alí. El jefe
de la oposición: abogado, luchador incansable y dispuesto a
no ceder en sus aspiraciones. Quiso éste ser vicepresidente
de la Mesa Rectora y se lo negaron. A partir de ahí se ha
convertido en un problema para el PP. Ya no valen paños
calientes, ni brindis al sol. Ahora cabe sólo confiar en el
tirón de Juan Vivas.
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