Quienes quieran hacer carrera en
un partido político han de aprender toda clase de ardides
para ir medrando de acuerdo con sus ambiciones.
Del navajeo entre propios salen los políticos curtidos para
enfrentarse a los adversarios cuando se aproximan las
elecciones o durante los años de oposición o gobierno.
Por lo tanto, jamás podrán evitarse las reyertas internas,
las traiciones, los acosos y derribos... Pues son prácticas
imprescindibles como formación de unas personas que han de
vivir en una especie de permanente estado de belicosidad
para defender su posición y la del partido.
En una palabra: los políticos que reparten el bacalao, ya
sea en el PP, en el PSOE o en cualquier otra sigla, incluso
en las de querer y no poder, no dejan nunca de intrigar y
terminan siendo expertos en ataques verbales o maniobreros
para defender la posición de poder y dinero que se han
labrado pasando por encima de quienes hayan tenido que
pasar.
Salvo raras excepciones, acaban siendo profesionales sin
escrúpulos que, en cuanto no les gusta lo que se les dice,
son dos veces más peligrosos que los boxeadores vapuleados.
Son los que jamás dan su brazo a torcer en el error
comprobado y andan siempre buscando la oportunidad para
cobrarse la denuncia que se les hizo en su momento.
Les puede el rencor, y en vista de que han de vivir en
continuo estado de alerta, no vaya a ser que detrás venga
uno que les quite la silla desde la cual ordenan y mandan a
su antojo, no son gente de fiar.
Con los políticos conviene tener las relaciones precisas, y
cuando alguien se gana el derecho personal a ser respetado y
surge la amistad, conviene hablarle con claridad meridiana.
Es decir, que jamás confunda churras con merinas. En suma:
es necesario darle a conocer, cuanto antes, la cita de
Francisco Fernández Ordóñez: “La política no es terreno
propicio para la amistad”.
Se aproxima un tiempo donde habrá una campaña electoral con
participantes enfrentados a muerte. En la cual todos los
mandas y sus corifeos pisarán la calle con la sonrisa presta
y el ademán falso de una simpatía que se troca en bilis en
cuanto vuelven a no verse amenazados sus puestos de lujo. De
casi todos ellos, es decir de los primeros espadas que van a
competir en esa lucha encarnizada por hacernos ver que son
los merecedores de nuestro voto, sé yo ya cómo se las gastan
y hasta de qué manera piensan de los votantes.
Algunos pedirán el voto democrático mientras no dejan de
acordarse de aquellos años donde las ciudades contaban con
espacios marcados para que cada clase social supiera por
dónde debía transitarla. Sienten nostalgia del ordeno y
mando y de los privilegios adquiridos por posición, ideas o
bien haciendo gala de un tartufismo repelente hasta para los
propios hombres de Dios.
De cualquier manera, o sea, a pesar de todo lo reseñado,
sigo confiando en las palabras de Churchill: “La
democracia es el regímen menos malo”. Aun conociendo,
porque así se ha dicho días atrás, que el gran estadista
inglés tomaba decisiones con la cabeza trastornada. Y
añadiremos lo siguiente: Juan Vivas es uno de los
pocos candidatos que pueden salvarse de esa acusación de que
sólo las personas faltas de inteligencia se meten en la
política. Una inteligencia que deberá poner a prueba de aquí
a nada.
¿Cómo?...: haciendo Vivas las listas de los candidatos y
pensando, solo y exclusivamente, en los mejores que deberán
acompañarle en ese su gobierno que a buen seguro saldrá
elegido de las urnas. Si es capaz de dar ese paso, no cabe
la menor duda de que su próximo mandato será mejor en todos
los aspectos.
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