Los gafes existen y por lo tanto
hay que no tomárselos a bromas y mucho menos perderles la
cara a quienes han ganado fama de tener mal bajío. Escribí,
días atrás, que quien más sabía de gafancias era Jaime
Capmany. Pero ya no vive el maestro, desgraciadamente, para
consultarle ciertos detalles acerca de alguien que, a mi
modesto entender, viene dando pruebas sobradas de que tiene
una capacidad de mala suerte que empieza a sobrecogerme.
Aunque conviene aclarar, cuanto antes, que las desgracias
que genera, allí donde se acerca, siempre repercuten en los
demás mientras él sale inmaculado del desastre y hasta
mejora en muchos aspectos después de que haya metido el
cenizo con su sola presencia.
De momento, para no alarmar al personal, que en casos así
suele inquietarse hasta extremos insospechados, y también
como medida preventiva para mí, voy a referirme al sujeto
como el innombrable; puesto que la sola mención de su nombre
me parece toda una imprudencia por mi parte. De hecho, he
notado ya signos evidentes de que el fulano ha cambiado mi
paso en algunos aspectos. Y, claro, me ha podido las
superstición y he empezado a ver de qué manera puedo yo
evitar que el innombrable me deje, a la chita callando, más
planchado que los pantalones de un petimetre.
Ando, pues, créanme, asustado. Y por ello tratando de elegir
el mejor antídoto contra la fuerza de ese aguafiestas que va
sembrando el mal fario por doquier. A la par que no dejo de
analizar, minuciosamente, situaciones que van
proporcionándome la certeza de que estoy hablando de un gafe
con una fuerza arrolladora. De un auténtico pata negra a la
hora de hacer que lo blanco sea negro, sin motivo ni causa
que puedan justificarlo.
En mis pesquisas, o sea, siguiendo el rasto del innombrable,
he podido muy bien retrotraerme en el tiempo para enumerar
las gafancias que se le podían adjudicar, pero he preferido
atenerme a las más recientes.
Y me he encontrado con que Manolo de la Rubia, por ejemplo,
a quien tanto trabajo le había costado meter la cabeza en la
política activa, después de su paso tumultuoso por Alianza
Popular, se convierte en el hombre más importante del GIL en
Ceuta. Y de pronto, cuando parecía que podía tener larga
vida como baranda de ordeno y mando, le da por recibir en su
despacho al innombrable todos los días y acaba pegando las
clásicas volteretas de los contaminados por ese cenizo de
cinco estrellas.
Tampoco puedo evitar la tentación de recrearme en la
situación de la Asociación Deportiva Ceuta. Durante varias
temporadas, el equipo presidido por José Antonio Muñoz era
la envidia de su grupo y jugaba fases de ascenso como si
nada. Vamos, como algo que se había convertido en una
tradición. De ahí que nadie le diera la menor importancia a
ese acontecimiento con el cual se cerraba el curso
futbolístico en la ciudad.
Pues bien, se le hace la vida imposible al presidente, éste
se naja y con la llegada de Ernesto Valero, el innombrable
regresa al palco del Murube y el equipo empieza a dar
barquinazos peligrosos. Demasiada casualidad como para no
pensar en lo peor. Podría ahondar en otras situaciones, pero
son personales y nunca me ha gustado contarles a la gente ni
mis problemas ni mis enfermedades ni mis circunstancias de
tieso por las que he pasado muchas veces. Aunque pagándole a
todos mis acreedores. De ahí que finalice esta columna,
dedicada al gafe, diciéndole a Juan Vivas lo siguiente: ¿no
has notado, presidente, que desde hace un tiempo la vida ya
no te es tan maravillosa en el cargo y que los problemas se
te van acumulando?... Sí, ya sé que tú no crees en los
gafes, pero hazme el favor de no perder de vista al
innombrable. Te lo digo por tu bien. O sea.
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