Cáritas Española ha editado un folleto informativo para que
se nos caiga la cara de vergüenza. La hoja de ruta de los
pobres españoles radica en aguantarse, en seguir hundidos en
la miseria, explotados para conseguir lo que algunos
políticos, con dinero público, son capaces de gastarse en
una noche. Por cierto, algunos servidores de lo público
deberían copiar de Cáritas, que de cada euro invertido en
programas sociales, destinaron a gastos de administración y
gestión 7,4 céntimos. En cualquier caso, pienso, que en un
mundo desencantado como el actual, cuya característica
principal parece ser la falta de entusiasmo y de ilusión,
replegarse en un cinismo cómodo, egoísta, que no piensa en
los demás, es un mal camino para que la paz germine.
Por desgracia, habitan muchos pobres a nuestro alrededor,
cada día más, aunque los mandemos a los extrarradios, o al
verles miremos hacia la otra orilla. Las alarmantes
desigualdades nunca han estado tan patentes como ahora. Los
números tienen rostro y dicen muy poco de un estado social.
La bofetada debiera hacernos reflexionar. Los excluidos no
se les puede dejar tirados en la cuneta, como si fuesen una
piltrafa, tienen corazón y derecho a digna vida. Cuando no
se tiene conciencia y la ley del más fuerte es un diario en
los dietarios de esta dictadura del poder por el poder, los
efectos pueden ser irreversibles e irreparables.
Los marginales son esa realidad que ahí está, creciendo,
tragándose las lágrimas como pueden. Son víctimas de un
sistema que genera rechazo, desaire, omisión. La mano
tendida, el diálogo comprensivo, cuando menos la escucha, no
suele estar en la agenda de los que tienen la llave para
repartir los panes y los peces de la igualdad. Los números
cantan. Y nos ponen colorados. Más de un millón de personas
fueron desatendidas, durante el 2005 en toda España, por los
poderes públicos que han de asegurar la protección social,
económica y jurídica a toda familia. Han tenido que ir a
Caritas para ser auxiliados, oficinas que no tendrían razón
de ser en un Estado social y democrático de Derecho, si las
públicas sociales funcionasen como es menester debieran
funcionar. En vista de lo cual, digo: ¿No deberíamos adoptar
una opción clara con y para los excluidos del desarrollo y
contra el sistema en el que ellos no cuentan nada? Creo que
debería ser parte de nuestro compromiso para una cultura que
pregona la justicia y en su haber constitucional tiene
principios rectores de política social y económica que
olvida.
Los pobres, aquellos que no tienen ese mínimo vital para la
subsistencia, se merecen una hoja de ruta esperanzadora, por
parte de los poderes públicos para salir del calvario. Son
personas humanas. La solidaridad es una exigencia del orden
moral. Frente a ese mundo de especuladores que se frotan las
manos ante las expectativas de coleccionar mansiones, vive
otro mundo que puede no se muera de hambre, entre otras
cosas porque existe Caritas, pero coexisten otras pobrezas
no menos crueles y agobiantes, como la frustración personal
de malvivir, de ser un marginal que esta sociedad clasista
hasta la saciedad, los desecha como productos inservibles.
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