Borrar la tortura del mapa de nuestras vidas, sea la que
sea, siempre fue uno de los grandes retos, a pesar de que
nunca se haya conseguido al cien por cien. El cultivo de la
cultura de los derechos humanos aún está por cultivarse y
crecer. Recientemente nos lo recordaba la Alta Comisionada
de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Loise
Arbour, advirtiendo sobre los peligros de que los Estados
todavía hagan excepciones indebidas a la prohibición de la
tortura en algunos contextos, como pudiera ser la persona
prisionera en la lucha antiterrorista. Esto nos parece un
más que justo aviso y un buen consejo, para que nadie en el
mundo tome la justicia por su mano. O el diente por diente.
Lo de propinar dolores o sufrimientos graves, físicos o
mentales, a bicho viviente como a persona, entiendo que
carece de sentido común y de conciencia propia. Es algo
impropio de humanos, más de salvajes que de mortales
civilizados. A pesar de tantos avances, la legión de
torturadores en el mundo no decrece, todavía siguen
ejerciendo su dominio y atropello. “La maté porque era mía y
se fue con otro” –dice un asesino después de matar a su
compañera.
El mundo de los dominadores y de los dominados sigue
instalado, tanto en la familia como en la sociedad. Los
avasalladores, preponderantes y demás casta de fanáticos, se
reproducen como cucarachas. Por ello, a mi juicio, hay
motivos para la inquietud.
Si el terrorismo emana terror porque atenta cruelmente
contra la vida; no en menor medida, bajo cuerda y
parabienes, también se vienen produciendo a diario una serie
de tormentos y angustias en seres indefensos que convendría
tomar más en consideración, puesto que destruyen
solapadamente lo que es esencialmente humano, la dignidad de
la persona, con su derecho a la verdad y a poder volar en
conciencia como a cada cual le plazca, siempre que respete
la libertad del vecino. Considero, pues, que el tema de las
denuncias de torturas se le debiera prestar mayor atención;
ya que es una de las formas más graves de violación de los
Derechos Humanos. Recordar que un grito de protesta puede
acabar con mil gritos de dolor. Nos hace falta acompañar a
esas gentes que se tragan los dolores en silencio, con algo
más que un abrazo.
Más allá de las barreras culturales o de las diferencias
raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas que nos
pueden separar, el ser humano debe plantarles cara a los
nuevos sembradores que engatusan, acosan, persiguen y
hostigan en doquier lugar; y, a poco que uno se deje, hasta
le crucifican ¿Habrá mayor tortura que reducir la persona a
una cosa, a un objeto de deseo sexual, que se puede comprar,
vender, manipular, humillar o eliminar arbitrariamente? Como
botón de prueba citaré la poderosa publicidad. Esa señora
que nos deslumbra por sus encantos llevándonos al consumo
indiscriminado. A consumir sexo, viajes, modas… Algo también
debería hacer la opinión pública, pienso yo, para frenar las
sugerencias engañosas de estos flamantes atormentadores que
nos empapelan los buzones, los portales de los pisos y hasta
las calles. Si a esto sumamos la humillación que sufren
ciertas personas, víctimas de un sistema económico laboral,
donde la desigualdad campea a sus anchas, ya no sólo tenemos
la vista cansada de tanto reclamo, también el corazón herido
de tanta manipulación. La tortura laboral es bien patente.
Sólo hay que bucear por las crecidas bajas laborales a causa
de trastornos psíquicos.
La exclusión sigue siendo otra de las torturas del momento
actual. El plan estratégico de ciudadanía e integración,
lanzado a bombo y platillo por el Ministro del ramo, podría
ser una solución si se llevase a buen término lo de
potenciar la cohesión social y la igualdad de derechos y
deberes. Después de tantos desengaños, cuesta tener
esperanza en ningún propósito. En la misma línea de
desesperación, o sea de suplicio, se encuentra la violencia
contra las mujeres que tampoco se consigue frenar. El
aluvión de congojas te lo encuentras a dos pasos. Algunos
llantos podrían tener solución, si esto de los torturadores,
sobre todo aquellos verdugos que ejercen la tortura psíquica
que tan en aumento va en los países del bienestar, que no
del bien ser, se tomase más en serio y menos a chirigota.
No son pocas las personas, a veces en vecindad con nosotros,
que malviven instalados en el miedo permanente, porque la
tortura es un diario en sus vidas. Los métodos de terror son
brutales. Hoy las armas se adquieren como rosquillas en un
supermercado, mientras millares de personas llaman a todas
las instancias e instituciones, para pedir consuelo y
esperanza. Los medios urgentes y necesarios para aliviarles
y librarles de su drama, suelen llegar tarde, mal o nunca,
con la consabida decepción vergonzosa.
En una época en que todo el mundo alaba las garantías de las
libertades, por desgracia los pobres son los que están entre
rejas, unas veces en las cárceles que no deja de ser una
tortura más, en vez de una rehabilitación social, y otras
veces en las prisiones de la esclavitud, para poderse pagar
un techo, donde poder hacer familia y vivir. Mientras tanto,
la banca avisa o se frota las manos. No lo sé. Lo que si sé,
es lo que todos sabemos. Que las familias españolas cada vez
solicitan más créditos. Asuntos Sociales, ni responde ni se
alarma. Pues servidor si cree que esto es una tortura más,
porque a principio de mes los bancos se comen el sueldo. O
sea que el escándalo, puede ser provocado por la ley o por
las instituciones, por la moda o por la opinión. En el caso
de la tortura, el escándalo ha sido provocado por el tanto
tienes, tanto vales. Sobra todo lo demás.
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