Han llegado las rebajas de verano.
Las primeras, porque hasta el 31 de agosto habrá tres
descuentos progresivos. El reloj de correa verde que usted
lleva viendo dos semanas en el escaparate de la tienda del
centro está al alcance de su mano y a precio reducido. Y
también el pañuelo, y el jersey, y la cazadora y las
zapatillas deportivas fosforitas. ¡Alto! Sea consciente de
que prácticamente todo lo que le atrae tras los cristales
comerciales ha reducido su coste de venta al público que,
como usted, quiere ir a la moda o renovar los productos de
belleza de las estanterías del baño. El truco para
sobrevivir está en la contención y, como advierte la
Organización de Consumidores, en la reflexión: son dos meses
de rebajas continuas por lo que puede dejar para mañana (o
para el mes que viene) lo que no ha adquirido hoy.
Tranquilidad y que no le tiemble la tarjeta de crédito en la
mano que más le temblará a final de mes la cartilla. Guarde
el ticket de compra por si a su hija, a la que ha comprado
un llamativo top con la cara del pato Donald prefiere
cambiarlo por otro al estilo Shakira. Compruebe que la
etiqueta del producto ha de recoger el precio anterior y el
rebajado y que la diferencia debe coincidir con los
porcentajes que anuncia el comerciante (si es demasiado lío
numérico añada al bolso o al bolsillo una práctica
calculadora solar y así de paso contribuye al desarrollo
sostenible del planeta). Y sobre todo frene la natural
tendencia a la compra: seguro que, por muy rebajado que
esté, ahora mismo no necesita unas pantuflas de cuadros con
‘goretex’. Finalmente, aproveche la ocasión para hacer
amigos porque la proximidad entre dos personas que revuelven
el mismo montón de bikinis no es comparable a ninguna otra.
Haga las paces con ese vecino molesto y ayúdele a buscar la
talla XL en las estanterías. Tome las rebajas como un
encuentro social en el que, como la canción de Joan Manuel
Serrat, “el pobre y el villano cogen y se dan la mano sin
importales la facha”.
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